Cuando se inauguró el Club de Oratoria de la UCAM, allá por 2016, nos invitaron a hacer un debate de exposición a un grupo de ... debatientes que habíamos llegado a la final del campeonato mundial. Fuimos los dos de la UMU, un par de ICADE, otros tantos de Málaga. Lo que entonces era la élite de la competición, cuando aún éramos pocos y bien avenidos en el sector.

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El acto protocolario fue estupendo, como todo lo que hace la Universidad, pero en vanidad murciana les diré que la actuación estelar de José Luis Mendoza me pareció magistral como marca de la casa. Años después, cada vez que coincido con alguno de los que asistieron me recuerdan aquella anécdota, porque es de las que marcan una vida.

En el salón de actos de una facultad que les pido perdón por no recordar, el presidente de la UCAM explicó a sus invitados su proceso de conversión al catolicismo y cómo Dios le había ordenado crear una Universidad en Murcia centrada en el deporte. De «fornicador» (la palabra es literalmente suya, se lo juro) a misionero en América Latina y luego rey del Camino Neocatecumenal, además del murciano que más impacto nacional e internacional ha generado para la Región en los últimos... ¿siglos?

El exordio fue maravilloso, la forma de contar la historia, la autenticidad e incluso la fe. Porque al final entre el grueso de murcianos para los que Mendoza es una institución, que es para al menos un millón, lo que más definía al presidente era su convicción de la importancia de subyugar la vida terrenal a la divina. Y no importa si usted comparte o no su visión sobre la teología o incluso sobre la mera existencia de Dios, pero tener unos principios tan firmes y convertirlos en un vehículo multiplicador del talento a semejante nivel es, seguramente, lo más parecido que encontrarán a un milagro.

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Sobre el legado de la UCAM se ha escrito todo, pero a veces merece la pena recordarlo: nuestra Región, que está en el córner de España y a la que se le hace caso básicamente cuando alguien hace una moción de censura u otro asesina con una catana a su familia, ha llegado al podio olímpico de Tokio y de Río con los deportistas más importantes de nuestra generación. De Mireia Belmonte a Saúl Craviotto pasando por Lydia Valentín. Todos ellos con la marca Murcia en lo más alto del deporte internacional. Ahí es nada.

Llevo casi 10 años viviendo en Madrid y en las carreteras que circunvalan la capital siempre hay un cartel de la UCAM en el horizonte. La expansión de la Universidad a Dubái, abrir una nueva sede en Cartagena y otra en Madrid, convenios con los mejores campus americanos, cada vez más inversión, cada vez más alumnos... hay un equipo inmenso de pensadores y ejecutores del modelo de éxito de la UCAM, pero nada se entiende sin la visión de una persona ordinaria que ha convertido esta Región en un lugar extraordinario.

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No sabía que José Luis Mendoza estuviera enfermo, lo que ahonda aún más en esa sensación tan extraña de saber que el verdadero poder fáctico de Murcia de repente, sin avisar, ha dejado de estar. Se han sucedido cientos de mensajes de solidaridad y homenaje desde su fallecimiento, muchos de ellos por parte de personas que no coincidían en absoluto con su forma de ver la vida pero que, ahora que no hay que batallar ideológicamente ni en modelo eclesial, saben que el legado del presidente de la UCAM es un baluarte que la Región de Murcia tardará años en poder asimilar.

José Luis Mendoza se ha muerto siendo una institución para su tierra, un creyente impecable en su fe y un hombre de negocios que hizo fortuna mejorando su patria. Se me ocurren pocas formas mejores de gastar una vida.

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Teniendo una familia tan extensa estoy convencida de que pasó sus últimos días rodeado de gente que le quiere, pero ojalá hubiera visto la oleada de compasión que ha suscitado su fallecimiento en una Región que le debe mucho y quizás no se lo reconocía demasiado.

Su legado en Los Jerónimos y en la Iglesia va a ser eterno. Qué vida tan afortunada.

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