Hay circunstancias caprichosas en las que el azar anuda lazos insospechados. Se difuminan entonces realidad y ficción, en una convergencia que parecería disparatada. Sucede esto cuando buscamos lazos entre términos inconexos entre sí, para aludir a algo que se tiene por inverosímil. Se trata de ... un pasatiempo un tanto ocioso, aunque este juego inocente encuentra a veces refrendo en el siempre fértil terreno de la imaginación literaria. Un ejemplo sería hermanar dos escenarios de candente actualidad informativa. Lo de candente se justifica por variados motivos. Hablamos de la erupción del volcán en la isla de La Palma, una imagen presente sin descanso en nuestras retinas. Y también de las multitudinarias fiestas juveniles, bajo la egida omnipresente del consumo desenfrenado de alcohol.
Publicidad
Tan aparentes episodios independientes se sintetizan al coincidir ambas locuciones con ese respaldo literario apuntado, en la magistral 'Bajo el volcán', de Malcom Lowry, una de las novelas cumbre de la literatura universal. El relato se desarrolla a lomos de la imaginación, estimulada por los efectos oníricos de la bebida, con la desinhibición y verborrea consiguientes, facilitando la transmisión de los impulsos entre las neuronas del cerebro. Se narran los estragos del alcoholismo en un bebedor compulsivo, apresado en la dependencia absoluta. La trama tiene lugar en un paisaje bajo la presencia de imponentes volcanes mexicanos –con lo que de amenaza de riesgo vital siempre latente suponen– descrita con soberbia maestría. Un libro complejo, de difícil lectura, que incluso se ha llegado a comparar con el impenetrable y abstruso 'Ulises', de Joyce. De poderoso aliento estilístico, en un alarde literario, narra las vicisitudes amorosas de un cónsul inglés, desubicado de su entorno vital, en una remota ciudad mexicana.
Tanto las erupciones volcánicas como el consumo de alcohol desencadenan, por sus estragos, un abigarrado muestrario de sensaciones y emociones. La desazón y el desconsuelo embargan el ánimo del observador por motivos opuestos. Aparecen sujetos pasivos inermes cuando el azar, ciego e indiscriminado, de las fuerzas de la naturaleza en el volcán canario, se abaten y golpean inmisericordes a personas inocentes. Sucede esto frente a la voluntad de beber alcohol, sin reparar en el amplio corolario de nefastas consecuencias presentes y futuras. La erupción de lava ha arrasado propiedades y anulados proyectos vitales, en una fatalidad inexplicable que ha reducido a la nada el futuro de muchos vecinos sumidos en la impotencia. Por el contrario, hay miles de jóvenes reclamando su derecho a la diversión, en un desempeño ocioso, simple y llanamente sin preámbulos, ni circunloquios dedicados al consumo de alcohol. Con todas las secuelas de violencia y accidentes que eso conlleva. Hay una permisividad social, por cierto, sonrojante. No dejaría de ser irónico –aunque solo sea por mera razón estadística– que, al contemplar las imágenes de los miles de concentrados en distintas ciudades, probablemente algunos padres, para más inri, sean quienes alcen sus voces indignadas por el comportamiento incívico de 'la gente'. Es un suponer.
Contemplar las explosiones del volcán expulsando lava, humo y cenizas por las laderas hacia la atmósfera, constituye un espectáculo sobrecogedor. Los problemas secundarios también encuentran un hueco en sus repercusiones sobre la salud. Además de la preocupación por las cenizas arrastradas por los vientos hacia otros lugares, con las consecuencias de inhalar las partículas suspendidas en el aire. (Por si, a estas alturas del relato, no tuviéramos sobrados problemas con los aerosoles que transmiten los virus respiratorios). Un extremo este que es por ahora poco probable, ya que los restos del humo volcánico tendrían que descender hacia capas más bajas de la atmósfera para ser respirados. Mucho más previsibles son las consecuencias del consumo de alcohol. Una verdadera epidemia de perenne actualidad, cuyas consecuencias también explosionarán, de no poner remedio social. Será de una magnitud tremenda en pocos años, cuando el etanol haya desarrollado su labor de zapa, minando los órganos del cuerpo humano. Quedarán alteradas progresivamente las funciones básicas de los ahora felices consumidores. Por el momento, cansa y deprime el deplorable espectáculo que brindan los juerguistas, sin control ni respeto a las normas elementales de prevención para evitar contagios víricos, en los tristemente populares botellones. Influenciada sin duda su percepción debido a ese ese consumo. Circunstancia esta que se aportará como atenuante para las previsibles sanciones.
Publicidad
Así está montada la cosa, con el ánimo un tanto farisaico de denunciar una situación, pero no poniendo soluciones que se nos antojan, si no imposibles, de enorme complejidad. Frente a la impotencia para controlar la furia desatada de los fenómenos naturales, recordatorio constante de nuestro débil encaje en la magnitud del universo, los estragos del alcohol sí es posible dominarlos. Con empeño decidido, ya que se trata de un reto mayúsculo.
Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.