¿Qué queremos señalar cuando decimos que la mar está lasca? Vayamos al diccionario: lasca es un trozo pequeño y delgado desprendido de una piedra ... o porción ancha que se corta. En la parla marinera lascar significa aflojar o arriar muy poco un cabo, quizás por eso cuando la mar está en su superficie delgada, lisa, floja, la llamamos mar lasca; lo de laska, con k, es propio del vascuence.
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Algunos se preguntarán a santo de qué viene este exordio: he querido indagar hasta qué punto el apellido hace al monje. Flojera, versatilidad, delgadez, cambio de formas son atributos de las lascas y para mí que le cuadran, con el añadido de un punto de complejo, a nuestro, o mejor suyo, ministro del Interior. Supimos del flamante don Marlaska cuando, en la Audiencia Nacional, se convirtió en el azote de los asesinos etarras; los medios de comunicación nos lo presentaban como uno de los jueces estrella aunque siempre he pensado que ni jueces, ni sacerdotes, ni médicos se llevan bien con eso del estrellato. Después supimos, porque él mismo lo anunció, que había salido del armario: unos le aplaudieron y otros, como yo, nos la trajo al pairo, que salga o se quede es cosa de cada uno y tampoco hacerlo es como para tirar cohetes.
Pero resulta que se le han visto demasiado las entretelas, prevaleciendo, además de la versatilidad propia de su apellido, complejos y traumas. Repasemos alguna de sus actuaciones: cuando rodeado por los conspicuos representantes del 'Orgullo', en principio gay y ahora de un sinfín de cosas más, excitado por las banderas, gritos, poses e himnos, olvidando su condición de servidor público, no teniendo presente que su sueldo, dietas, jubilación, canonjías, coches oficiales, guardaespaldas, asesores, los pagamos todos los 'orgullosos' y los que no, bramó contra los legales representantes de un partido político por querer apoyar una manifestación cuyo fin compartían. Al socaire del bramido, muchos de los colegas del ministro interpretaron sus denuestos no como lo que eran, un exabrupto, sino como un permiso de la máxima autoridad del orden publico para acometer con saña, escupitajos, lanzamiento de objetos e insultos a los pobres 'ciudadanos'. A pesar de las peticiones razonadas no dimitió porque sigue anclado en la perversión de la supremacía de la izquierda.
Sigamos con su manía persecutoria contra uno de los cuerpos más queridos de España: la Guardia Civil y el cese injustificado de prestigiosos generales Y qué decir de su nefasta política con los inmigrantes ilegales que han asolado Canarias y, en menor pero no menos importante medida, a nuestra querida Cartagena. Y del total abandono de nuestros transportistas atrapados por la indigna Filomena y el cabreo mayúsculo porque su colega la ministra Robles ordenó a los militares de la UME que ayudaran a los pobres ciudadanos de Madrid que, según Sánchez y Marlaska, debían morir congelados por apoyar mayoritariamente a Ayuso y Almeida
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Y recién algo igual o más grave: la calle es un caos, la calle arde, no por culpa de la desesperación de una juventud que no tiene claro su futuro, una mentira y un insulto a la joven generación por parte de los intoxicadores tertulianos zurdos: la calle arde por la acción de unos vándalos que queman, saquean, destrozan y agreden a la Policía como profesionales que son del terrorismo callejero y seguramente bien pagados por alguien que Marlaska conoce. Y ante este atropello, esta barbarie, esta amenaza, don Marlaska ordena que la actuación de las fuerzas y cuerpos de seguridad sea, como indica su apellido, lasa, floja, moderada y proporcional. ¡Qué cosa! Después de mucho y largo debate, el mundo civilizado acordó que el monopolio de la violencia fuera exclusivo de los servidores del Estado en materia de seguridad, pero esa cesión de un derecho fundamental comporta una ineludible obligación: para defender nuestras libertades, vidas y propiedades, los que están llamados a protegerlas deben ejercer la violencia contra los que quieren destruirlas.
Lo de la proporcionalidad es, además de una gilipollez propia de esta izquierda absurda, un peligro no solo porque los malhechores ven el campo despejado y aumentan su violencia y su maldad, sino porque empecemos a pensar en tomarnos la justicia por nuestra mano para defender lo que no hacen aquellos que están obligados. Si yo fuera presidente, que ni lo soy ni lo seré, Marlaska me duraba menos que un caramelo en la puerta de un colegio. Lo malo es que lo que piensa y hace el flojo, versátil y acomplejado ministro es lo mismo que piensa quien lo nombró.
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