Cuán diferente se contempla la rutina desde el otro lado de la cama cuando enferma un profesional de la medicina. Acostado ante el compañero, el cambio es sustancial. Sucede con el siempre imprevisto e inoportuno golpe del azar, al presentarse toda dolencia. Es una sensación ... diferente, no solo por el modo de afrontarla, sabedores en último término de las posibilidades –casi siempre negativas de cualquier proceso– cuando se siente en carne propia la visión del afectado. Se palpa ese intangible emocional indisociable del deterioro físico de todo enfermo. Algo en lo que no se suele reparar enfrascados en atender la máquina corporal. En una experiencia de aproximación al otro, tratado de manera correcta, profesional, incluso excelente, pero con el añadido de lo que se siente en piel ajena.

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El modo correcto de relacionarse un médico y un enfermo es una cuestión no contemplada entre las materias de estudio de la Medicina. A pesar de ser un componente esencial en cualquier proceso terapéutico, al que se debería prestar la máxima consideración. Es un apoyo mutuo en aras a un objetivo compartido de curar una enfermedad. En unos casos sin más preámbulos que aplicar un mínimo de educación, incluso cortesía y tratar de compartir sus sensaciones. De aplicar la raíz etimológica de la compasión. Algo que no siempre se alcanza: esa comunión sustentada en lo humanitario. Es un quehacer profesional cotidiano, en un aprendizaje continuado al que se puede acceder por vías diversas, no siempre ligadas a currículos académicos. Ya sea por la forma de ser de cada profesional, su educación o su experiencia. Tanto a partir de ejemplos de magisterio reconocido, como a través de las enseñanzas derivadas de modelos de ficción. Con sobrados ejemplos novelescos o teatrales, resaltando experiencias de sanitarios esforzados.

Como también pasa en el cine. En este aspecto sale a relucir, sobre el citado cambio de perspectiva respecto de las relaciones entre un médico y su enfermo, como ejemplo significativo, la película 'El doctor'. Está protagonizada por William Hurt, actor recientemente fallecido. Se trata de un soberbio intérprete, alejado de las convenciones que orbitan alrededor del mundo del cine –de eso que se califica como glamour–, practicado por tanto personajillo sin sustancia, pero capaz de influir en no pocos comportamientos sociales, por su tremenda repercusión informativa, al margen de su oficio cinematográfico. Reciente está el destacado eco de la polémica durante la concesión de los premios Oscar de este año, que ha copado centenares de páginas y opiniones de todo gusto. Ha sido William Hurt actor principal de películas calificadas como comprometidas en su mayor parte, en una filmografía destacada, en la que descuellan notables filmes como 'El beso de la mujer araña', donde interpretaba el papel de un presidiario homosexual y por lo que le fue concedido el Oscar al mejor actor.

En la película 'El doctor' se muestra el cambio de actitud de un médico al saber que padece cáncer

De mayor popularidad resultó 'Fuego en el cuerpo', en la que compartía protagonismo con la exuberante Kathleen Turner, en unos tórridos encuentros amorosos enmarcados en una agobiante atmósfera de calor sureño. Uno tiene sus preferencias, en este caso por la sensible 'El turista accidental', donde con enorme fuerza expresiva refleja el mundo interior, con un fondo depresivo de un personaje abatido, melancólico, gris, pesimista, ante la pérdida de un hijo, dedicado sin demasiada convicción a elaborar guías de viajes. Sobresaliente. Implicado en papeles de considerable hondura emocional, transmitía veracidad a sus personajes.

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En la citada 'El doctor', muestra el cambio en la actitud respecto a sus pacientes, por parte de un médico al conocer que padece cáncer. Hurt interpreta al líder de un equipo de cirujanos, a los que incita a distanciarse del aspecto emocional con sus pacientes. Con una absoluta falta de implicación en los sentimientos de los enfermos, lo que repercute en su vida personal y familiar. Impresiona, por extravagante, el consejo que formula a sus ayudantes para guardar distancias: «Cortas, curas y a otra cosa». Se diría que actúa sin compasión, quizás como forma de protegerse del ambiente que rodea al profesional, cargado de dolor y sufrimiento. Hasta que entra a formar parte del grupo de enfermos, por entonces tratados con frialdad profesional, y padecer una dura experiencia que, pese a su profesión, ni de lejos intuía. No en vano se basa en un guion de apropiado título: 'El sabor de la propia medicina'.

El esclarecedor relato es imagen acabada de la digamos 'conversión' de William Hurt en la película citada, al establecer una nueva relación con sus semejantes. Desde los vaivenes de la persona ante una enfermedad grave, hasta aprender a valorar todo de modo distinto. Ofuscado en razones técnicas, ve la luz al considerar a la persona enferma en su dimensión. Máquina y espíritu.

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