El comisario europeo para Asuntos Gravísimos es una persona sensible. De tal manera que, en su visita de ayer a esta provincia, la visión de ... un Mar Menor echado a perder le provocó un ataque tipo azogue o baile de San Vito. Y eso que solo tenía programados quince minutos mirando la laguna. Amén de tres cuarticos de hora para escuchar a López Miras, científicos, alcaldes, hosteleros, ecologistas y sindicatos agrarios. Lo siento por el bueno de Virginijus. Temo que, cuando arribe a Bruselas, habrá de meterse en la cama y someterse a desintoxicación.
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Antes de la visita, el comisario hubo de entrenarse a fondo para soportar en directo la visión del Mar Menor. Virginijus Sinkevicius (Virginico Sinvicios, en llengua murciana), lituano, está acostumbrado a los mares del norte, de los que se cuenta que todavía siguen limpios de polvo y paja, a la espera de que lleguen los desechos plásticos. Ha estado en el Báltico, me supongo, y en la nevada Findandia, que parece construida con cubitos de hielo comestibles, pintados de todos los colores. Y en Bruselas, donde ahora trabaja, está acostumbrado a que, cuando llena la pecera con lo que sale de la pilila del Manneken Pis, hasta los caballitos de mar pueden vivir dentro, y tan a gusto.
Y en esto que díjole la señora Ursula von der Leyen, que es su jefa: «Óyeme, Virginijus, sal tirando pal Sur y, poco antes de llegar a Marruecos, a mano izquierda, echa el ojo a un mar que lo llaman menor y que parece que agoniza». Llegó el lituano a destino y, entre varios, lo colocaron sobre un altozano de barro y algas, para mejor asimilar el panorama. Entonces, tras pinzarse la nariz para atenuar el hedor de los peces muertos, ¡catapún!, le dio un patatús. Al volver en sí, se vio rodeado de gente principal, que discutía con acaloramiento sobre quién se había portado peor con el Mar Menor. Virginijus ya no podía más e intentó escapar de allí como fuese. Escaqueándose entre los peleantes, huyó despavorido y largando improperios. En Corvera requisó un avión y (como quien se quita avispas del culo) subió a trancas y barrancas por la empinada escalerilla. ¡Oh, Dios!
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