Las series de por la noche

–Olvida usted atenerse a lo inclusivo.

No es que me olvide, sino que en esto del cine seriado no rige.

–Rige en todo. Y no hay más que hablar.

Bueno, vale. Pues que rija. A mi edad, tan provecta, lo que menos tengo son ganas de discutir. Y estoy viendo que, con la cosa inclusiva (que otros denominan 'lenguaje sexista') vamos a tener polémica para rato. Sospecho yo que, en los tiempos que corren, muchas personas andan predispuestas a emplear demasiado tiempo (quiero decir casi todo el tiempo) en asuntos que probablemente no merezca enzarzarse con ellos desde la mañana a la noche. Cuando esto ocurre, a los individuos se nos pone la cabeza como una olla de grillos. Y esto hace que perdamos perspectiva. No me oculto para afirmar que, si alguien espera que diga o escriba 'miembra', va listo. Conmigo que no cuente.

Aparte de que yo no quería hablar hoy sobre una temática que, según escucho y leo, está afectada por la confusión. Si alguna vez se aclaran las partes, ya hablaremos. A lo que iba es a las series. Y más que nada a sus finales. Después de haber visionado, como cualquier hijo de vecino, la tira de historias e historietas seriadas, advertimos que en muchos casos los guionistas no saben cómo acabarlas. Que si lo mata o no lo mata. Que si se casa o no se casa con la rubia. Y empiezan a complicarlo todo, debido a su incapacidad tan manifiesta para encontrar un desenlace medio decente. Las productoras, borrachas de éxito, toman la medida más impopular: subir el precio. Y luego se quejarán si suspenden pagos.

Absténganse de rodar series para las que no hayan previsto de antemano un final. Feliz o infeliz, que eso da igual. Y, como dijo el cantor, dejen ya de joder con la pelota.