Si funciona la propuesta de la iniciativa legislativa popular, aprobada anteayer, y acaba siendo una ley, el Mar Menor será objeto de derechos, como usted ... y como yo.
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–¿Y de obligaciones?
También. Pero no a cargo del Mar Menor, pobrecico mío, sino de los mismos que lo han investido acreedor de derechos. Aclarando: esos derechos que legalmente correspondan a la agonizante laguna, serán obligaciones para la comunidad de humanos que lo circunda. Esto conviene que quede claro desde el principio, con el fin de que el proyecto de revitalización no quede en mero BOE mojado.
Deberíamos distinguir desde el principio entre legislación y puesta en práctica de la misma. Cuando llegue su momento, la solfa jurídica que salga de las Cortes deberá tocarla una buena orquesta. Lejos de nosotros la costumbre de los políticos de interpretarla a base de trompetazos triunfales, para ganar réditos previos a las elecciones. Todos juntos en unión deberán colocarse cada uno con su pito delante de la partitura y, después de los ensayos y estreno pertinentes, levantar de sus asientos a los espectadores, por lo valioso de la pieza y por lo excelente de la ejecución.
–Pues sí que...
Ni pues sí que, ni nada. Eso hay que hacerlo de forma tan minuciosa, porque el Mar Menor, antes incluso de la iniciativa popular, ya era un señor en sí mismo. Más aún: señor y caballero. Lo que ha de venir del lado legislativo redunda, aunque también beneficia. En tanto que...
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–¿Cómo en tanto qué?
Sí, sí. En tanto que supone un marchamo grabado a fuego sobre la categoría de señor, que ya el Mar Menor ostentaba, pero que no se le reconoció, como bien demuestra el estado de necesidad en el que lo dejamos caer. En este mundo no basta con serlo y aparentarlo. Hace falta que un papel de la superioridad ratifique lo que de siempre fue evidencia. ¡Pos pijo! ¿Es que para todo en esta vida ha de hacer falta emborronar papeles, expedir carnés y conceder licencias? El papeleo nacional, que se llama. Al Mar Menor bastaba con mirarlo para llenarse los ojos de azul y exclamar: «¡He aquí todo un señor!».
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