Por nuestra mala cabeza

Digo yo (y lo dicen también muchos) que, si no hubiésemos echado a perder la hermosa laguna, más airosa andaría la economía regional. Tendríamos más fondos para otros menesteres, incluso urgentes, que están abandonados. O que ni siquiera llegaron a nacer. Alguien debería hacer los números. Para explicarnos (y hacérselo saber a los responsables) cuantísimo habríamos ahorrado y cuántas obras nuevas se habrían realizado, si no hubiésemos cometido la terrible frivolidad de asesinar a este Mar Menor de nuestros pecados.

Si desplegamos el abanico de todas las necesidades que debe afrontar la Región de Murcia, estaremos hablando de muchos millones de euros que quizás no se usaron como era debido.

–Usted lo que quiere es joder.

Lejos de mí semejante vileza.

–¿Acaso pretende usted que no gastemos en el Mar Menor?

¿Cómo voy a pretender yo eso? No me busque el lector las cosquillas, por favor. Pero claro que debería dolernos que tengamos que emplear un pastizal (y lo que te rondaré, morena) en que no se nos muera el Mar Menor. Porque, si lo hubiésemos cuidado como es nuestra obligación, ese dinero habría servido para que Murcia caminase pinturera, mejor que a trancas y barrancas, hacia un futuro más despejado.

Y lo que más cabrea, por decirlo mal y pronto, es que al mismo tiempo que tiene lugar el gasto, sigamos descargando más y más nitratos, tal como aparece en los medios un día sí y el otro también. No vaya a ser que el problema se convierta en el pez que se muerde la cola o en el cuento de nunca acabar. Deberían ser más esclarecedoras las explicaciones que se dan a la gente sobre la enfermedad del Mar Menor y la calidad de los remedios que le aplican.