Pues sí, señor. Nos van a decir que somos tontos quienes añoramos aquellas noches de juventud, a bordo del Tren Correo. Pero da igual. Cada ... uno es feliz con sus cosas. La sola idea de viajar con nocturnidad, pero sin alevosía, «desde la estación (dígase con voz tonante) de Murcia del Carmen», nos hacía cosquillas en el estómago. Resultaba ser lo más parecido a una emocionante aventura.
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Ya, ya sé que desplazarse con rapidez y comodidad (ninguna de estas virtudes acompañaban el lento chacachá nocturno) resulta más agradable. Pero no se nos puede impedir, y menos en democracia, ¡je!, que los de aquí de la zona, como se suele decir, mostremos preferencia por ir a Madrid recorriendo el viejo camino que lleva a Belén, ran-rataplán, ran-rataplán, como canta el villancico. Porque es lo suyo, no por otra cosa. Quiero decir discurriendo por la ruta señera (que inauguró –cuentan– Alfonso XIII) con el marchamo de la compañía MZA, hace ahora 157 años.
Esto es lo natural, óigame. Y hacerlo por Orihuela y Monforte, por mucho y todo que sea el del Cid, significa actuar antinatura. Adormilado en tu asiento (en el mejor de los casos de segunda clase) pasabas por lugares como Cieza, Hellín, Albacete, Aranjuez... En fin, diversas poblaciones, todas ellas dignísimas, que se te hicieron ferroviariamente familiares. Y terminabas llegando a la Corte, por Atocha, con alguna carbonilla en el rostro, pero justo a tiempo de regalarle a la andorga un chocolate con churros calentico.
Los mandamases pensaban que, con el señuelo del AVE, los murcianos íbamos a renunciar a la lógica de acercarnos a Madrid por donde hay que ir. Por su sitio. Pues se han equivocado. La estadística nos dice que, el año pasado, viajaron a la capital de España muchos más murcianos (hablo de miles) por el trayecto de toda la vida, que desde tierras alicantinas. ¿Y eso significa que no nos caen bien los vecinos orientales? ¡Qué va! Alacant nos gusta (y Orihuela, para qué contarle a usted). Pero nosotros preferimos una mala madre a una buena madrastra. Así de fieles somos a nuestro destino, tanto en la Tierra como en el Cielo.
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–Digamos todos Amén.
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