Las gallinas, confinadas

Bueno, verá. Entre los individuos y las individuas hay de todo. Gente estupenda y otros que ya, ya. Por lo general, todos fallamos alguna vez, en mayor o menor medida. Pero las gallinas, que yo sepa al menos, son buenas sin excepción. Quiero decir que no se merecen que, en vida, les suceda nada malo. Bastante tienen con ser sacrificadas finalmente por el hombre.

–Y por la mujer.

Sí, claro. Y eso que, tras los embarazos, se atizaron unas tazas de caldo que, al decir del vulgo, resucitaban a un muerto. En vida de ellas nos aportan los huevos. Venga y venga, un día sí y el otro también. Finalmente, a la olla del cocido. Admito que son un tanto presumidas, en el sentido de que caminan por el corral provocando al gallo. Las ves con la cabeza alta y accionando con los dedos de las patas, cada vez que dan un paso, haciéndose las elegantes. Pavoneándose, vaya. Como si fueran hijas de la polla roja. Pero ese es defecto de poca entidad.

Ahora, por orden de la autoridad, las han mandado a cubierto. Están siendo confinadas en toda España, por si acaso, tras saber que en Francia y Portugal se ha presentado sin avisar la gripe aviar.

–O sea que ya están encerradas como nosotros.

Pues sí, para qué le voy a decir otra cosa. Eso conlleva sufrimiento, pues (como se ha demostrado a lo largo de los siglos), donde mejor están las gallinas es en los corrales. Y si hay un gallo que las gobierne y las camele al mismo tiempo, mejor me lo pones. A cubierto, una gallina no es nadie. Pero, claro, el mando pretende que no se contagien (lo mismo que sucede con nosotros respecto de la Covid). Tenemos que evitar que entren en contacto con las aves migratorias.

–¿Cuántas gallinas tiene usted en su terraza, si no es indiscreción?

Yo tengo siete. Cada una con su nombre y apellidos. Es decir, organizadas. Pero desde ayer las he pasado a la salita.