Es del todo natural, aunque no frecuente, que un eclesiástico, aun siendo obispo, abandone el sacerdocio y se case. Mejor eso que seguir ejerciendo a ... trompicones. Es el caso del que fuera obispo de Solsona, que se casó con una escritora. Ahora son noticia porque acaban de tener dos niñas. Se encuentran bien y pesaron al nacer dos kilos seiscientos y dos kilos setecientos gramos, respectivamente. ¿Podemos decir que esto se ve como algo aceptable en la sociedad que componemos actualmente los españoles?

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Pues, hombre, haber hay de todo. Pero es bien cierto que, en los tiempos que ahora corren, ni la extrañeza, ni la repulsa serán reacciones generalizadas. Tampoco los abandonos de los curas, no siempre para casarse, se toman modernamente a pitorreo, algo que sí era frecuente antaño. En el tema de si los curas deberían casarse (me refiero a todos ellos), las opiniones siempre estuvieron divididas. Puede argüirse también que el número de los que acaban dejando los hábitos y casándose no es relevante. Pero hay un factor novedoso, como es el de los abusos sexuales por parte de no pocos clérigos.

Es este un asunto que actualmente está de rigurosa actualidad. Y no puede negarse que ha hecho mucho daño a la Iglesia. Producir escándalo entre los fieles por parte de un clérigo es uno de los pecados más detestables. Hay una desbandada de católicos que han dejado de ir a misa. Y no solo por esos abusos que ahora se investigan. También porque ya no está de moda, si puedo decirlo así. Lo secular manda hoy en día más romana que lo religioso. Lo más dañino ha sido la decepción de muchos fieles debido a los abusos. Son actos que provocan una indignación enorme.

Todo esto hace que se plantee una vez más la oportunidad del celibato. Otras religiones liberan a sus sacerdotes de esta norma (y parece que las cosas discurren sin mayores problemas). En la iglesia católica, en cambio, se mantiene todavía a machamartillo lo que es un mero acuerdo de concilio. La soltería del cura no responde a un dogma, sino a «una regla de vida», según el Papa. Por lo tanto, no es inamovible.

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