A Diego Conesa (con sus gafas ¿de carey? como faros de coche antiguo y el ánimo diciéndole a todas horas manifiéstate) lo tengo yo por ... fenómeno singular. Y también la entera provincia, pues pocos serán quienes no lo hayan avistado antes o después –no diré metiendo el espartico, ni tampoco la cuchara– aquí y allá. Incluso acullá, fíjese lo que le digo, de tantísimas veces como se nos aparecía, quisieras tú o no, desde muy diferentes perspectivas, gracias a la radio o la televisión.
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Físicamente agradable de mirar, no alza la voz más de lo preciso. Tampoco el gesto lo distorsiona demasiado, mostrándose con la convicción marcada en el rostro de quien disfruta salvándonos la vida. Y si no fuera tanto, lo bastante dispuesto para mitigar cuitas concretas de nuestro cotidiano existir. Conforme iba mojando en los asuntos públicos (como bizcochos en el chocolate), su prosopopeya destapaba una ideología tipo Sánchez, felizmente gobernante. No solo aquí en la zona de Murcia, donde manda el adversario... Qué digo el adversario, antes bien el enemigo feroz, cada vez que a Miras miraba. Se confiesa adicto a Moncloa, donde titila día y noche (iluminándole los argumentos) la lucecita de la buenísima gobernación que a todos nos alumbra. Aunque a unos precios que, ¡joder, joder!, y cómo se ha puesto la 'lertricidad'.
Conesa cumplió más allá de lo obligado su encomienda de fustigar a los que mandan aquí en la provincia. Dioles caña sin tregua, con tremenda fijación en el miramiento a Miras y admiradores. Con tan alta dedicación que terminó siendo, más que un señor de Fuente Álamo, lo que el filósofo llamaría una 'configuración presencial' sobrevenida. Este Diego que digo ha funcionado para los murcianos como un iluminado. En la tele, en la radio, en los periódicos, en la calle, en el jardín, en la novena, en el excusado, a deshora incluso. Vocación acendrada que no decae ni aunque llueva. Más todavía que Esencia o Potencia, 'rider' de una Presencia imposible de esquivar, adherida con pegamín a nuestro ángulo de visión sin astigmatismo reseñable.
¡Ah, perdón! ¿Quería el lector añadir algo?
–¡Siiií! ¡Conesa, Conesa, ra-ra-rá!
Cojonudo. Y como dijo aquel: 'Otros vendrán que bueno lo harán'.
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