Aver: «¡Quietos los caballos!», que dijo aquel. Hagamos una pausa, desmontemos, pongámosle cebada en el pesebre al noble animal y hablemos. No se puede legislar ... sin tener atados todos los cabos de la ramalera. Resulta que está marchando un anteproyecto de ley de Bienestar Animal. Hasta aquí, perfecto. Los animales tienen todo el derecho del mundo a sentirse bien. Pero los amantes de la muy famosa y peculiar Semana Santa de Lorca, tres cuarto de lo mismo.

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Acaban de saltar todas las señales de alarma, cuando se ha sabido que un curioso anteproyecto (que llevará a los caballos ante el Congreso y el Senado), pretende prohibir «el uso de animales en exposiciones, belenes, cabalgatas y procesiones, en los que se mantenga al animal de forma antinatural conforme a las características propias de su especie o inmovilizado durante la celebración de evento». Leído lo anterior una vez y otra, podría llegarse a la conclusión de que quien lo ha escrito (dado lo confuso de la redacción) no es una persona humana, sino el propio caballo.

Tranquilícese el brioso corcel, ya que (contrariamente a lo que pide su bienestar) el mencionado texto lo ha encabritado. Hasta el punto de que nos está costando lo suyo traerlo a camino. Pasémosle suavemente la mano por las crines, por los flancos, por el morro. Y digámosle a la oreja, susurrando, palabras que inciten al sosiego.

La Semana Santa de Lorca no puede prescindir de los caballos. Son esencia, presencia y potencia de la gran exhibición del Viernes Santo. Pasaba lo mismo con la batalla de los caramelos en Jumilla, ese mismo día, después de la procesión de la mañana. La trasladaron al domingo y ocasionaron un gravísimo daño a una tradición secular. Con estas cosas, que afectan al sentimiento, no se puede jugar. Y menos desde Moncloa, donde me parece a mí que de caballos, caramelos y Semana Santa entienden más bien poco.

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Aparte de lo confuso de ese artículo (el 73 del anteproyecto), ¿cómo puede hablarse de tener inmovilizado al caballo durante el evento, si precisamente lo que hace el rocín es galopar airoso la abarrotada avenida de Juan Carlos I?

¡Vamos, quite usted!

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