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El 'Kintsugi' o 'Kintsukuroi' es una técnica japonesa del siglo XV que repara objetos cerámicos, uniendo sus partes rotas con laca dorada (en ocasiones plata o platino). De esta manera la pieza resultante no solo no esconde sus heridas, sino que las convierte en su ... aspecto más bello. La técnica en realidad celebra la historia de cada objeto dándole una nueva vida, a veces más bella que la original. El 'Kintsugi' está influenciado por la filosofía japonesa, el 'wabi-sabi', que se basa en ver belleza en la imperfección y en la aceptación del cambio.
Pensé en ella al leer un artículo que hablaba de la vida de David Tait, un millonario dedicado a las finanzas que hasta hace poco colaboraba anónimamente con la NSPCC (Sociedad para la prevención de la crueldad contra los niños). Un día, en uno de sus correos en los que pedía colaboración económica para la organización, incluyó su confesión: «Porque yo fui uno de esos chavales». La historia de su infancia era dolorosamente cruel y la de su vida de adulto, un camino en el que su incapacidad de empatía o lo que a veces reconocemos como sangre fría le facilitó el éxito, como él mismo reconocía, en el mundo de las finanzas. Por el contrario, su vida emocional era un campo minado que no empezó a ser transitable hasta que reconoció y asumió su pasado. Confesar o mostrar las cicatrices, casi siempre ocultas, no es fácil en una sociedad que tiende a desechar en lugar de reparar.
La Iglesia francesa ha abierto este año su caja de Pandora y ha encontrado que más de 300.000 niños y adolescentes habían sufrido abusos por parte del clero. Por fin la deuda de ese silencio incómodo que nadie se atrevía a destapar empieza a salir a la luz advirtiendo de que semejante barbaridad habia sido sistemática desde los años 50. Este país que afronta, al menos su sociedad, las heridas del tiempo y el comportamiento de cuando la opacidad y las sacrosantas costumbres clavaban chinchetas en el corazón de los niños, aún no ha levantado la alfombra de los salones clericales. Debe hacerlo, no solo por ellos mismos sino por la quebrada confianza de quienes pasaron por sus instituciones.
El pan de oro del Vaticano debería ser empleado en la reparación, un 'Kintsugi' que dé oportunidad a una nueva vida a esos, fundamentalmente niños varones, que hoy adultos viven atragantándose con un vergonzoso silencio del que no son culpables. Los niños son el último eslabón, el más frágil. Un estudio del Consejo de Europa estima que entre el 15% y el 20% de la población infantil sufre algún tipo de abuso sexual antes de los 18 años. Ojos que no ven, corazón que no siente.
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