Suele ser un sentimiento bastante común el producido por el cariño y amor que uno profesa a la tierra que lo vio nacer, es decir, ... el orgullo que cada cual sentimos por nuestra 'patria chica'. Es algo tan natural como la vida misma. Sin embargo, también suele ser algo muy normal enamorarse de un lugar en el que, sin haber residido en él, uno se encuentra exactamente igual que en el suyo de su residencial habitual, es decir, como en casa. Pues este es el sentimiento que alberga mi corazón cada vez que visito esa preciosa ciudad murciana que es Águilas puesto que esta, históricamente, ha estado y está estrechamente unida a mi villa natal y de residencia: Caniles.
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Debemos de tener en cuenta que, desde el mediodía del 16 de diciembre de 1894, la ciudad de la Dama y la villa de Caniles, en particular, y la comarca de Baza, en general, quedaron conectadas ferroviariamente con Águilas. El tren se convirtió en nuestro nexo de unión, en nuestro cordón umbilical, que nos unía desde la sierra a la mar, atravesando por el valle del Almanzora (Almería), dejando paulatinamente Andalucía atrás. Esta es la razón por la cual nuestros tatarabuelos, bisabuelos y abuelos, cuando precisaron tomar los baños –entonces se decía así–, ora fuera por placer ora por prescripción facultativa, normalmente lo hicieron en las playas aguileñas.
No obstante, es normal que optaran por dicho lugar para bañarse en el mar y no sólo por la conexión ferroviaria directa que durante noventa años se mantuvo entre las dos ciudades: Baza y Águilas; sino porque las playas aguileñas son paradisíacas. Pero no solamente nos vamos a referir a estas, puesto que Águilas es una gran ciudad cultural estrechamente ligada al mundo del cine –Francisco Rabal fue uno de sus hijos más ilustres– y al de la farándula a través de su impresionante Carnaval. También debemos destacar al artista plástico Manuel Coronado, así como la existencia de un nutrido grupo de escritores con cuyos trazos y letras se alzan en vuelo lírico para cantar a la belleza aguileña. Sin embargo, no sólo en el campo de las artes y las letras destaca la Ciudad Ilustrada, pues en el campo de la ciencia tuvo la inconmensurable suerte de nacer en su seno la Dra. Doña Ángela Santamaría Giménez, la primera médica murciana y una de las primeras en toda España, cuando en este país durante la década de los años 20 del siglo pasado lo más normal era ser médico. Sin duda alguna, doña Angelita Santamaría fue una de las hijas predilectas aguileñas más destacables de todo el siglo XX.
Cada vez que tengo la ocasión –aunque he de confesar que son muchas menos de las que a mí me gustaría– paseo por la arena de sus playas o asisto al ocaso del día en su atardecida desde el Hornillo, que es una auténtica ventana por donde podemos atisbar el paraíso marítimo mediterráneo. Algo que no tiene parangón alguno es saborear una deliciosa taza de café a la sombra de los ficus centenarios y testigos de la historia, que se erigen incólumes como si fueran «imagen alta y tierna del consuelo», a primera hora de una preciosa mañana primaveral escuchando el trino de los ruiseñores posados en las ramas de los vetustos árboles y el ronroneo de los gatos, alrededor de la Glorieta, mientras sus 'felinas majestades' pelan la pava. Otro de sus rincones emblemáticos es el castillo de San Juan de las Águilas, desde el cual nuestros pensamientos pueden emprender su vuelo rumbo hacia el horizonte.
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Sin embargo, los encantos aguileños no sólo se reducen a sus bellos rincones ubicados en sus calles, edificios, playas, paseos, plazas..., ni se resumen en su vistoso Carnaval, que impregna de colorido las calles aguileñas, ni a su preciosa y salzillesca Semana Santa, ni a su afición futbolera y deportista, sino que dichos encantos residen en sus ciudadanos. La ciudad de Águilas sabe acoger con hospitalidad, amor, generosidad y fraternidad a todas aquellas personas de bien que se acercan hasta ella. Por todo ello, cada vez que visitó la ciudad aguileña me siento como en casa.
Para ir concluyendo estas líneas, quiero mostrar públicamente mi agradecimiento a la ciudad de Águilas y a mi querida familia amiga, los Santamaría, por hacerme sentir como un aguileño más. ¡Muchísimas gracias Águilas! por ser el paraíso terrenal que Murcia regala a España de una manera universal.
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