No hay vacuna ni remedio para paliar las consecuencias políticas, económicas y sociales que está dejando esta maldita pandemia. En concreto, el sondeo publicado por el Observatorio Español de Estudios Demoscópicos de la Universidad Católica de Murcia (Obede) revela algunas claves que deberíamos tomar en consideración.

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De la lectura del informe se puede observar que estamos centrados exclusivamente en proteger a los jubilados, sin tener en cuenta a los más jóvenes. No sé si esto tendrá que ver con que el PP y el PSOE sean los partidos favoritos de los jubilados. También sorprende que un 7% de los mayores de 65 años tenga miedo a perder «el empleo». Todas las posibles lecturas de este dato producen escalofríos.

El sondeo nos dice que prácticamente la mitad de los jóvenes de entre 18 y 34 años han visto reducidos sus salarios desde que la Covid se instaló en nuestras vidas; si ya los salarios eran bajos para los jóvenes, desde luego la pandemia no les va a proporcionar autonomía financiera ni económica, y quien no tiene autonomía económica estará dispuesto a aceptar cantos de sirena populistas (además de no contribuir a la sostenibilidad social, por ejemplo, a través del mantenimiento de las pensiones). Este paisaje tan poco idílico se manifiesta algunas veces en mis clases de Seguridad Social, cuando un alumno, en un momento de reflexión profunda, alza la mano desde su pupitre y me dice con una voz de impotencia que él no quiere cotizar porque nunca va a poder cobrar una pensión de jubilación. Algo va mal.

La pandemia ha disparado el número de 'ninis': ya han aumentado hasta un 21% los jóvenes que ni estudian ni trabajan. Pero hay un dato más desolador: la Covid crea más paro entre los trabajadores con mayor nivel educativo. Por desgracia, la formación no es la panacea. Los jóvenes no necesitan más formación (con que sea buena es suficiente), sino oportunidades reales de que su formación sirva para que puedan incrementar su autonomía e independencia, porque –en caso contrario– la universidad podrá tener una clientela cautiva de jóvenes que «creen» que la formación les aportará un empleo, cuando en realidad la única empleabilidad será la de los docentes universitarios. Hace tiempo que pienso que la manera de valorar el trabajo de los profesores debería estar ligada no solo a sus capacidades docentes e investigadoras, sino al impacto de su trabajo con los alumnos, por ejemplo, demostrando el número de iniciativas emprendedoras creadas por estos.

Ante tan lamentable panorama a todos se nos llena la boca de solidaridad, pero muy pocos se comprometen por la vía de los hechos. En situaciones de inseguridad, todos miramos a los poderes públicos para que nos saquen las castañas del fuego. A fin de cuentas, es el Estado el que financia y subvenciona la pobreza. Suena duro decirlo, pero el Salario Mínimo Vital, los ERTE y el desempleo constituyen un ejercicio de respiración asistida de las víctimas políticas económicas y sociales de la pandemia y de quienes la administran.

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En suma, y diciendo las cosas claras, hace ya bastante tiempo que nos adentramos en un proceso imparable de individualismo, olvido de los grandes relatos y desconfianza general en todo y en todos, donde pareciera que lo único que ofrece seguridad es la familia. En los años 70, el escritor y filósofo Umberto Eco publicó un breve libro titulado 'La nueva Edad Media' en el que se abordaban temas como la disolución de los vínculos sociales o los paralelismos entre la Europa medieval y la sociedad contemporánea. Algo que para el común de los mortales parecía tan lejano ya ha llegado, y su 'gran profeta' ha sido Donald Trump y todos aquellos que siguen la estela de destrucción que ha dejado su populismo.

Tal y como se recoge en el estudio de la UCAM, las perspectivas económicas y empresariales son inciertas, porque las organizaciones económicas necesitan un horizonte o escenario de certidumbre a medio y largo plazo para arriesgarse a invertir, algo que es inexistente ahora mismo.

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Evitar esta situación supone acabar con la pandemia, y acabar no es convivir: triunfamos sobre la pandemia en mayo y junio de 2020 cuando verdaderamente se dejó al virus sin aire (todos en casa), y ahora no nos atrevemos a mantener el pulso hasta que la ciencia nos libere, evitando que el virus no influya en nuestras vidas: justo ahora se ve cómo sin salud no hay economía.

Al final, si decidimos acostumbrarnos a convivir con el virus, y a malvivir económicamente, nunca podremos salir del bache. Ni nosotros ni tampoco nuestros hijos y nietos, creando así una burbuja de jóvenes a la deriva en un mar de incertidumbre social, económica y política. Vaya legado.

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