Hace pocas semanas, la banda británica Oasis anunciaba su retorno con una gira en 2025. Lo primero que hago al escuchar la noticia es buscar ... en Spotify la lista del grupo y que arranquen a sonar, de forma aleatoria, todos aquellos himnos de los 90. Mi hija adolescente está a mi lado y, ni siquiera ella, con la contaminación musical propia de la época que le ha tocado vivir, se puede resistir a seguir el ritmo con sus pies. No todo está perdido.
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A veces, necesitamos algún buen chute de nostalgia actualizada, un poco de soma en cualquier formato, para que la sangre vuelva a correr por nuestras venas a toda velocidad, como aquel torrente incontrolable de los veinte años, cuando todo podía pasar, cuando todo podía pasarte a ti. Se trata de reconectar por un rato con aquel periodo en el que estábamos deseando que la vida nos sacudiera de arriba a abajo.
Es cierto que echo de menos aquellas sensaciones que ocurrieron en la década de los 90 y no pasaron más. Revivir aquel instante a base de semicorcheas es algo bello por efímero y por auténtico. Cualquier rastro de aquellos años ejerce un poder rejuvenecedor porque vuelvo a ver a una joven Julia Roberts en la gran pantalla y Emilio Aragón en la pequeña y a escuchar por las noches a Carlos Llamas, vuelvo a mi primera clase como estudiante y entro de nuevo al aula donde comencé a ser profesor con personas que tenían la misma edad que yo. Vuelvo a enamorarme por primera vez. Cómo lloraba por ella cuando tomó el autobús a su ciudad al llegar el verano.
La nostalgia es tramposa, es verdad. Sólo es útil porque te recuerda quién querías ser y cómo te has ido desviando del camino. O cómo has ido encontrando un camino diferente. Porque la vida no es un camino en línea recta y, a veces, es más largo y más duro, pero también más interesante. Quizás por eso la vida, después, nos ha sacado los colores a base de besos y codazos. Decía un personaje de Sean Pean en 'Un lugar donde quedarse', que, sin darnos cuenta, pasamos de una edad en la que decimos, «mi vida será así», a una en la que decimos, «así es la vida». Cuando llegué a Murcia, hace 25 años, moría Torrente Ballester, el magno autor de aquella maravilla que era 'Filomeno a mi pesar'. Hace pocas semanas moría su hijo, a quien conocí en Salamanca. Como decía Jerry McGuire, cuesta estar al día. Los años nos ha robado parte de la inocencia de aquel periodo pero nos ha regalado un criterio más sólido para poder discernir lo que es necesario y lo que es importante.
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No es todo melancolía y añoranza. Por supuesto que no. De hecho, es falsa. La vida es ilusionante sólo si miramos al futuro y no al pasado. El pasado ya lo conocemos. Ahora, se trata de envejecer tratando de no dejar nada en el tintero. Compadezco a la gente que se empeña en no enfrentarse a los retos de la vida, en dejarse llevar, en conformarse. La vida desde Oasis hasta hoy ha sido extraordinariamente generosa conmigo. Ya lo creo. Me ha hecho tantos regalos que sería imposible que pudieran tapar todas las amarguras. Pero yo, a cambio, me he encargado de no dejar nada en el tintero. Nada. Y hablo en presente y con dolor.
Oasis es algo más que un grupo de música. Es una sacudida anímica, es un perfume que te traslada a aquel lugar, la primera cerveza helada tras una excursión bajo el sol. Oasis es la gasolina británica de mi generación. Su vuelta es una forma de regresar a esa parte de la vida en la que la muerte sólo existe en el cine, el amor romántico es siempre correspondido, el mundo es infinito y la salud es algo que damos por hecho. Por eso, Oasis seguirá siendo la banda sonora en la segunda parte del partido de mi vida.
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