El fotógrafo jubilado Rodney Holbrook descubría cada mañana que el cobertizo en el que almacenaba sus herramientas amanecía siempre ordenado, cuando la noche anterior todo ... quedaba tirado por el suelo de cualquier manera. Como no encontraba explicación alguna ante este fenómeno, decidió instalar una cámara para grabar todo lo que ocurría allí cada noche. Al observar las imágenes, comprobó que el responsable era un pequeño ratón, que recolectaba y ordenaba pinzas de ropa, corchos, tuercas y tornillos, y los colocaba dentro de una bandeja en la mesa de trabajo. Ese ratón es una inspiración a cuatro patas.

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Una de las señales del valor de tu vida es el impacto en la vida de los demás. Y una buena medida para medirlo es recordar la última vez que alguien te regaló, porque sí, una sorpresa innecesaria. La última vez que alguien te conmovió con algo inesperado. La última vez que alguien se ocupó de ti sin que tocara, sin onomásticas o justificaciones de por medio. Que alguien todavía quiera sorprenderte se ha convertido en uno de los pocos refugios donde todavía habita el calor humano.

Vivimos en una sociedad en la que la sorpresa ha ido desapareciendo arrinconada por la prisa y la rutina. Su espacio ha sido ocupado por la tecnología, por nuestro celular 'inteligente', al que hemos cedido nuestras competencias en la gestión de los momentos importantes de nuestra gente. No sólo le hemos regalado la oportunidad de recordarnos las ocasiones relevantes, sino que también le hemos cedido el encargo de orientarnos sobre qué hacer cuando lleguen esos momentos. Así que, al final, nuestro móvil nos da la coartada completa, la oportunidad y el contenido, el envoltorio y el caramelo. No hay nada que tengamos que hacer más allá de seguir las instrucciones de unos cuantos algoritmos. Y parece que la IA va a multiplicar este efecto.

Sorprender puede adoptar un millón de formas y todas tienen algo en común: son ajenas a cualquier tecnología

Sorprender es otra cosa y, aunque puede adoptar un millón de formas, todas tienen algo en común: son una cualidad humana ajena a cualquier tecnología. Una cualidad que arranca de lo imprevisible y de lo innecesario y que alcanza el corazón del que lo recibe. Puede ocurrir cualquier día. Con cualquier excusa. Hoy, por ejemplo. Aquí. Desde estas líneas, desde las que me atrevo a proponer una diminuta revolución que consista en que una de las personas que lean este texto haga hoy algo que nunca ha hecho antes por alguien al que quiere. Algo que nunca hubiera imaginado hacer. No sólo eso. Que haga algo que esa persona no espera que haga. Que escriba unas líneas en verso el que no sabe escribir. Que regale ropa interior alguien que nunca lo ha hecho. Que prepare la cena al que odie cocinar. Que cada uno se enfrente a sus límites en la medida en la que pueda, sólo por la egoísta satisfacción de observar los ojos de quien lo recibe. Todos sabemos, sin necesidad de recurrir al móvil, qué podemos hacer y por quién.

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Una revolución con forma de sorpresa, concretada en que uno de los lectores de estas líneas haga hoy algo inapropiado. Algo valiente. Algo arriesgado. Que salga mal, si ha de salir mal. Que impresione, que descoloque. Que ilumine un momento. Sería maravilloso un pequeño reguero de gente emocionando sutilmente a sus amigos, a sus amantes o a sus padres. Sería increíble una reconciliación. Una llamada a un amigo al que dejaste de hablar. A un hermano al que echas de menos. Llegar a casa cuando nadie te espera. Pedir perdón por algo del pasado. Quién sabe. Si alguien hace algo de todo esto, si sólo un lector de estas líneas lo hace, entonces ya habremos comenzado a detener la rueda de la inercia tecnológica que nos devora.

En 'Azul oscuro casi negro', Jorge y Natalia hablan sentados sobre una roca en mitad del campo. Ella no deja de mirarle. Está enamorada. Él la quiere, sí, pero ha venido a decirle que no pueden estar juntos. Contigo me siento como de prestado, le dice. Ella le mira mientras comienzan a asomar las lágrimas por sus ojos. Ya era hora, le contesta, sin apartar su mirada de él. ¿De qué?, le pregunta Jorge. De que me sorprendieras.

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