Hay un momento, en lo más frío y oscuro de la noche, en el que no se escucha nada. Todo es silencio. Son los instantes ... más negros de la madrugada. Es pronto para los primeros pájaros y tarde para los noctámbulos. No hay coches. No se adivina el sol. No hay más que oscuridad profunda y silencio. Y una sensación que ahoga el alma y no tiene consuelo.

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Pero justo en ese momento, cuando todo está más oscuro, comienza a escucharse el tímido canto de algunos pájaros. De repente, la oscuridad más helada comienza a disiparse poco a poco y la luz empieza a llenar lo que sólo eran sombras. En apenas unos minutos, las tinieblas dan paso a la claridad. Amanece con todo su esplendor y la luz lo llena todo. Pero ha tenido que ocurrir ese momento de oscuridad total de la noche para que pudiera llegar la luz del sol.

Hay que transitar por el momento más frío y oscuro de la noche, habitar ese tiempo, para estar preparado para recibir el regalo que supone un nuevo día. La vida es muchas veces eso, silencio y oscuridad, noche cerrada. Invierno. Pero siempre amanece, todas las veces. Y de nuevo vemos los árboles y el mar, y todo parece más fácil y mejor.

En la vida tenemos ese momento de oscuridad más de una vez. Es un lugar lúgubre donde sólo hay niebla, una niebla densa procedente del pasado, que lo tapa todo. En ese lugar, nos amarramos bien fuerte al dolor y al miedo, que acaban siendo lo mismo y nos sentimos cómodos atrapados en ellos. Y, de ese modo, la oscuridad de la noche nos abraza sin querer soltarnos. Pero es cuestión de tiempo. Sólo hay que esperar un poco más a que pasen estas horas. No hay que olvidar nunca que la noche no es un destino definitivo sino el camino necesario al día, que es donde habita la luz y todo el color.

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Para alcanzar el alba, hay que transitar cada hora de esa noche y todo su silencio, un silencio lleno de ruido, un espacio vacío que te permite escuchar tu corazón y su respiración irregular y confusa. Cuando lo escuchamos con claridad, cuando desciframos su código, ya tenemos todo lo que necesitábamos para abrir los ojos y mirar el horizonte como si fuera la primera vez. Sólo hay que dejar que pase y que se vaya cuanto antes.

En un mundo de furia, de odio y de tanto dolor, a veces sólo nos queda el refugio del silencio y la noche, porque es un lugar en el que nadie más puede entrar y en el que podemos llegar a encontrarnos de nuevo, si tenemos la calma para entender que eso es sólo el tránsito hacia algo mejor. Por ello, es necesario detenerse y dejar de caminar, respirar y comenzar a ver con ojos nuevos lo que tenemos alrededor, no vaya a ser que de tanto mirar hayamos dejado de verlo. Lo que estamos buscando está justo delante de nosotros, pero en mitad de la oscuridad y el silencio, no podemos verlo.

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Ahora mismo hay personas que están leyendo estas líneas y están viviendo esa noche profunda del alma sin saber que están a punto de escuchar los primeros pájaros, que si alzan la vista lo suficiente ya pueden adivinar la claridad del sol iluminando las montañas. Quizás deben abrazar esos momentos en el que se sienten tan perdidos porque están unidos irremediablemente a la luz que está a punto de entrar por la ventana de su cuarto.

Mientras llega el alba para ellos, quiero pedirles que sean capaces de escuchar todas aquellas palabras que transportan la energía hermosa y verdadera que necesitan para seguir. Palabras que ayudan a curar las heridas y mostrar toda la realidad que está más allá de las sombras. Palabras que recuerden que no existe esa soledad en la madrugada, que no es verdad. Que la única certeza es que siempre hay alguien que quiere acompañarte en la niebla, pase lo que pase, mientras te susurra en voz baja y al oído: «Si me necesitas, yo voy a estar».

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