Todos los ciclos de la vida deberían clausurarse con una celebración. Los buenos y sobre todo, los malos. Necesitamos un ritual de cierre, una ceremonia ... social o íntima para celebrar lo vivido y prepararnos para lo próximo. Marcar el tránsito del pasado al futuro y reconocer con claridad que algo acaba y algo nuevo empieza. Punto y seguido. Nueva página en blanco.

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La universidad tiene sus ciclos y tiene sus rituales, también. Y el más importante de todos es la graduación de los alumnos de último curso. Despedimos a una nueva promoción de personas que tienen mucho más futuro que pasado, con su piel aún sin cicatrices, hombres y mujeres con la ilusión casi intacta, incapaces todavía de anticipar casi ninguna de las cosas buenas y malas que, irremediablemente, les brindará la vida un minuto después de salir por la puerta de la universidad. Tienen poco más de 20 años, la mochila vacía y los ojos grandes e iluminados mirando el futuro.

Se graduaron nuestros estudiantes de Comunicación y su madrina, mi compañera Marimar, quiso acordarse de un discurso del presidente del Tribunal Supremo de Estados Unidos, John Roberts. En aquella charla frente a un grupo de estudiantes entre los que estaba su propio hijo, el juez deseaba a todos los alumnos que tuvieran «mala suerte»: «Espero que los traten injustamente para que conozcan el valor de la justicia», les dijo. «Espero que sufran la traición porque eso les enseñará la importancia de la lealtad». «Siento decirlo –añadía–, pero espero que ustedes se sientan solos de vez en cuando para que no subestimen a los amigos».

Salvo excepciones, la suerte está íntimamente unida al trabajo duro, a la persistencia, a la valentía

Soy de los que piensan que la suerte no existe. La suerte, sin más. Creo que es un concepto sobrevalorado, inflado. De hecho, es grosero que alguien te afee la suerte por algo que te ocurre en la vida, cualquier éxito laboral, una noticia personal. Lo que sea. Salvo casos excepcionales, la suerte está íntimamente unida al trabajo duro, a la persistencia, a la valentía en algunas situaciones y al esfuerzo bien orientado. La gente que se aplica a todo esto con suficiente constancia, normalmente, acaba teniendo suerte.

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Lo que sí existe es la mala suerte y es muy difícil escapar a su influjo perverso. Existe la mala suerte que procede de lo aleatorio, del puro azar. Una enfermedad grave. Un conductor borracho. Encontrarte en el lugar equivocado justo en el peor momento. La mala suerte como un juego de dados que nos iguala en las posibilidades ante la desgracia y nos hace mortales de nuevo. No podemos huir de ella.

Y hay otra mala suerte, más corrosiva, más punzante. La mala suerte que depende de otras personas. De su voluntad caprichosa o interesada, o ambas cosas. La mala suerte propiciada por lo que el catedrático López Nicolás denominaría «la condición humana». Decisiones inexplicables y dañinas de personas en las que confiamos pensando en que todo iría bien. Esa mala suerte deja heridas profundísimas bajo la piel.

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La mala suerte acaba llegando para todos. Seguramente más de una vez. Por eso quizás es bueno que, en algún momento temprano de nuestra vida, la contemplemos de cerca, al menos en pequeñas dosis, como una vacuna, para así reconocer su olor, su tacto áspero e incómodo y, de ese modo, podamos apreciar el terciopelo cuando lo toquemos. Puede que esto nos ayude a no dar por hecho los momentos en los que nuestra vida navega con viento a favor y saboreemos, como merece, cada instante que robamos al dolor. Y reconocer, especialmente, quién camina a nuestro lado y nos abriga con su aliento y con su amor, sobre todo cuando puede elegir no hacerlo. Ser capaces de identificar el valor de lo que tenemos y de lo que podríamos perder. Apreciar los regalos de la vida mientras suceden, agradecer, valorar, sonreír.

Lo importante, al final, no es empeñarse en esquivar la mala suerte permanentemente. Es más decisivo asumir su presencia cuando toque y tratar de vivirla con paciencia e inteligencia. «Las desgracias, van a ocurrir», aseguraba el juez Roberts a los estudiantes, «pero que saquéis algún provecho de ellas dependerá de vuestra capacidad de ver el mensaje que os están mostrando».

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