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Cierto historiador del cine, que tuvo la gentileza de dedicarle unas líneas, dijo de él que siempre cargó con la vitola de perdedor nostálgico. Parecía, si nos fijamos en su rostro, en su mirada de hambre jamás saciada, en su manera tan característica y particular ... de hablar, un personaje extraído de uno de esos castizos sainetes de don Ramón de la Cruz, ambientados en el Madrid pendenciero y chulapón de finales del XVIII.
Xan das Bolas, que era el nombre artístico que empleó a lo largo de su carrera, se llamaba, en realidad, Fernando Tomás Ares Pena, y había nacido en La Coruña, en el seno de una familia humilde, en 1908. Fue, según se ha dejado plasmado en la letra pequeña de las enciclopedias del cine y en alguna insignificante nota a pie de página, el secundario español con la trayectoria más dilatada, muy por encima de otros ilustres del género, que gozan de más prestigio y consideración. Y, sin embargo, vivió sólo sesenta y ocho años. Pero muy bien aprovechados. Participó en más de trescientas películas, aunque en algunas de ellas, como 'Lawrence de Arabia', de David Lean, que se rodó en España a principios de los sesenta, ni siquiera aparecía en los títulos de crédito. Pero no le importó ser ignorado, ni convertirse en una sombra perdida en medio del desierto.
Fue, como aseguró uno de sus paisanos, un 'obreiro do espectáculo', un 'cómico de las tripas', capaz de participar en veinte películas en un solo año. Iba de rodaje en rodaje por su cuenta, como un pedigüeño, sin intermediarios, sin representantes que supieran vender su arte. E hizo, entre otros muchos papeles, de cartero, barrendero, taxista, militar de baja graduación, sereno, peón de albañil, limpiabotas y jefe de estación, que era a lo máximo a lo que podía aspirar el hombre.
Figuró en títulos tan representativos como 'Plácido' y 'El verdugo', a las órdenes de Berlanga; en 'La venganza de don Mendo', en 'Volvoreta', o en 'El extraño viaje'. Y no faltó a la cita en series como 'Crónicas de un pueblo', junto a ilustres como Jesús Guzmán y Francisco Vidal, o 'El pícaro', a la vera de un pletórico Fernando Fernán-Gómez, antes de que empezara a mandar a algunos a la mierda.
Su última película, en la que sí apareció en los títulos de crédito, estrenada poco antes de irse al otro barrio, fue 'Me siento extraña', dirigida por Enrique Martí Maqueda, con Rocío Dúrcal y Bárbara Rey, que provocaron el escándalo de muchos de los españoles de entonces al convertirse en pioneras del lesbianismo dentro del glorioso cine de destape. A Xan das Bolas sólo le fue concedido interpretar a un simple cliente de una taberna. Un par de segundos de efímera y frágil gloria.
La verdad es que tuvo mala suerte por haberse muerto durante la Transición, cuando las cosas todavía no estaban claras y aún permanecía caliente el cuerpo del dictador. No le dio tiempo, pues, a reconvertirse, a sacudirse el polvo, a cambiarse de chaqueta, como tantos otros. Nadie le perdonó –y en el mundo de los cómicos, vive Dios, que se odia con más ahínco y visceralidad que en cualquiera de las otras profesiones– el hecho de haber sido representante del Sindical Vertical, al servicio del Régimen. De igual modo, sus paisanos le reprocharon, sin tener en cuenta que en ello residía el secreto de su modesto éxito, el que hubiera parodiado –incluso, ridiculizado–, aunque con gracia y desparpajo, el acento gallego, sintiéndose ciertamente ofendidos.
El olvido es demasiada penitencia para quien sólo cometió el error de no renegar del franquismo para ganarse el pan, y de pasarse un poco de rosca utilizando, al interpretar su papel en el cine, la pegadiza musiquilla de la lengua gallega con demasiado énfasis. Sin ir más lejos, Paco Martínez Soria siguió prácticamente el mismo camino y sus 'paisanicos' aragoneses nunca se sintieron agraviados, y lo tienen poco menos que en un altar, con estatua incluida.
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