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Recurrir al siempre agradecido anecdotario es una manera legítima de ganar adeptos para la literatura. No todo va a consistir en atenerse al rigor del texto literario, sin otras consideraciones. El 'Ulises', de James Joyce, podrá ser, al margen de una indiscutible obra maestra, uno ... de los libros más aburridos del mundo, pero cuando se cuenta, pormenorizadamente, cómo se gestó, lo que sufrió su autor para escribirlo y, luego, para poder publicarlo, las cosas cambian radicalmente y, de inmediato, sentimos una cierta simpatía por esa obra de tanta complejidad.
Sobre Federico García Lorca, que, en los ambientes universitarios estadounidenses, es mucho más conocido que Cervantes, y Miguel Hernández, el oriolano que, como el granadino, tuvo un final infausto, atroz, se ha dicho y escrito ya todo. O casi todo. Porque, hasta hoy mismo, nadie había logrado precisar el lugar exacto en el que ambos genios se encontraron por primera vez. Para ello, la labor del profesor Francisco Javier Díez de Revenga, que es mi maestro y es mi amigo, del que he aprendido gran parte de lo poco que sé, ha sido fundamental. No en vano, Díez de Revenga es uno de los hispanistas más reputados en todo el mundo, conocedor, como muy pocos, de lo que ha significado la generación del 27 y el resto de los poetas que pulularon en torno a ella, como el propio Miguel Hernández.
Con una amplia documentación sobre la mesa, que arranca de autores contemporáneos del propio autor de 'El rayo que no cesa', como Juan Guerrero Zamora, Díez de Revenga, con el que he colaborado durante todo este proceso de búsqueda e identificación, ha llegado a la conclusión irrebatible de que García Lorca y Miguel Hernández se encontraron, por vez primera, en la ciudad de Murcia, en la calle de La Merced, lugar aledaño a la Universidad y a la plaza de Santo Domingo, en el segundo piso de un inmueble, ya desaparecido, situado en el actual número ocho.
El encuentro fue propiciado por el escritor y periodista del diario LA VERDAD Raimundo de los Reyes, quien llamó a Orihuela a Miguel Hernández para que corrigiera en su propia casa 'Perito en lunas', su primer libro de poesía. García Lorca, por su parte, andaba por entonces en la ciudad de Murcia porque recorría España con su republicano Teatro de La Barraca.
El encuentro tuvo lugar el lunes, 2 de enero de 1933. Y no fue, precisamente, eso que llaman un 'momento mágico', en el que saltan chispas y volutas de amor, si bien el granadino no escatimó elogios al nuevo libro del oriolano. En cualquier caso, nos quedó para siempre el testimonio de un testigo que pudo ver y escuchar cómo Miguel Hernández, al ver a García Lorca, abrió exageradamente los brazos y gritó: «¡Con que soy el primer poeta de España!». A Federico, siempre tan delicado, no debió sentarle demasiado bien el exabrupto, la candorosa broma de Hernández, con ese carácter huertano y esa «aspereza cereal de la avena segada» –así definió su manera de ser Pablo Neruda–, que era, por entonces, un simple cabrero impetuoso que vestía pantalones de pana y alpargatas. García Lorca, mucho más templado –era doce años mayor y ya muy conocido en el panorama literario español–, sonriente, aunque algo nervioso, le espetó: «No tanto, no tanto...».
Fue el principio de una corta enemistad –Lorca fue asesinado sólo tres años después–, porque, aunque Federico prometió hablar bien a todo el mundo del libro que estaba a punto de publicar Hernández en Murcia, 'Perito en lunas', lo cierto es que ni siquiera se dignó responder a todas sus cartas, que, con el paso de los meses, fueron agriándose y poblándose de improperios contra el autor de 'Romancero gitano': «He pensado, ante su silencio, que usted me tomó el pelo a lo andaluz en Murcia –¿recuerdaaaaa?–». Y, desesperado, apostilla, más adelante, en esa misma misiva: «He maldecido las putas horas y malas en que di a leer un verso a nadie».
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