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Pocas novelas, desde el siglo XIX, época dorada del género, cuando la pujante e ilustrada burguesía decidió ocupar sus largas horas de ocio dedicándose a la lectura, han conocido un inicio tan impactante, tan arrollador: «Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado ... mío, alma mía. Lo-li-ta». Y no sólo hablamos de ese instante tan torrencial con el que empieza la novela: a lo largo de sus páginas hay suficientes textos como para animarse a subrayar frases que me parecen geniales. Y pongo un solo ejemplo: «Antes de conocernos, ya habíamos tenido los mismos sueños», enunciado que firmarían autores tan exquisitos como Bécquer o García Márquez, que no le van a la zaga.
Vladimir Nabokov, que era de origen ruso, aunque nacionalizado estadounidense, nacido en 1899, justo el mismo año que Jorge Luis Borges, otro genio de la literatura, nunca pudo imaginarse el escándalo que iba a provocar su 'Lolita', cuando finalmente fue publicada en 1955, después de pasar por más de media docena de editoriales que rechazaron el manuscrito por pornográfico, por desagradable, por provocador y pecaminoso. Nadie podía admitir sin sonrojarse que alguien pusiera por escrito la historia de amor entre un hombre maduro, ya entrado en años, con una larga experiencia a sus espaldas, y una muchacha, todavía una niña, de apenas doce años, que termina accediendo a los deseos de su amante. En los Estados Unidos, hasta 1958, cuando las aguas ya se habían calmado, no apareció 'Lolita', en medio de una sociedad siempre retrógrada y pacata hasta nuestros días.
Tanto es así que nunca podré olvidar aquel vuelo de más de tres horas, entre Chicago y el sur de los Estados Unidos, en el que aproveché el rato para leer a bordo la novela de Nabokov. Como el título original es el mismo tanto en inglés como en español, tuve que soportar, sin saber, ciertamente, qué sucedía, que muchas de las personas que pasaban cerca de mí, después de percatarse del libro que llevaba entre manos, me miraran como se debe de mirar a un fauno, a un tipo lascivo, a un aprendiz de violador, a un pedófilo enfrascado en su catecismo.
Cuando el relato fue llevado al cine por un deslumbrante Kubrick en 1962, también hubo sus más y sus menos, aunque, con mucha pericia, sublimaron todas las escenas de la película, evitando todo lo evitable, como el componente morboso que se aprecia en las páginas de la obra. De ahí que eligieran para el papel de Humbert Humbert a un actor nada sospecho, de rostro noble, de aire señorial, como James Mason. Y a una Lolita –Sue Lyon– nada exuberante y de mirada poco perversa, para apaciguar los ánimos.
El éxito inmediato de la novela, considerada como una obra maestra de la literatura universal del siglo XX, eso que llaman un 'clásico moderno', derivó en el hecho de que el término 'Lolita' diera lugar a un complejo que consiste en la obsesión de ciertos hombres por las jovencitas, por las muchachas en flor, que diría, con su maravillosa labia, Marcel Proust.
'Lolita' no trajo consigo una saga de imitadores, como es habitual en estos casos, porque hay obras que son inimitables. Pero proporcionó que autores como Antonio Soto Alcón, inspirándose en la tradición del texto de Nabokov, escribiera su 'Lolitas' en verso, libro aparecido hace un cuarto de siglo, y que ahora se ha reeditado después de andar descatalogado desde hace tiempo. Un libro, como el primigenio, que también provocó muchos recelos, inquietante, hermoso, sensual, repleto de lirismo y de una descarada pasión. Y, además, henchido de hermosura y de verdad, y en donde en tan sólo un par de versos –la extensión que ocupa el poema con el que se cierra esta singular obra–, Antonio Soto es capaz de elevar su texto a lo más alto del universo literario: «En el cielo oscuro de la noche/ recuerdo la luz de tus ojos, amada mía». Para quitarse el sombrero.
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