Entre la flora y fauna de la actual política española, entre nuestros diputados y senadores, alcaldes, concejales y demás familia, están los que no escriben absolutamente nada –ni siquiera sus propios discursos, que se los encargan a uno de esos cientos de asesores de los ... que están rodeados y que, en los ratos libres, ofician de palmeros–, los que escriben con escasa fortuna, pero a los que se les agradece la buena voluntad que ponen en ello, y, finalmente, aquellos otros políticos que escriben bien, incluso muy bien en algunos casos.

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Y eso se nota, no tanto porque las estadísticas, que siempre se utilizan de apoyo y no para iluminar, como sucede con las farolas y los borrachos, así lo manifiesten, sino, sobre todo, porque en los largos y tediosos debates del Parlamento español de estos últimos años, nadie cita ni a Cervantes, ni a Gracián, ni a Unamuno, ni a Ortega y Gasset, ni siquiera a Maquiavelo. No escriben porque no leen. No utilizan citas, que podrían deslumbrar y dejar perplejos a sus oponentes, porque no han abierto un libro desde que cursaban la ESO. Pero existen nobles excepciones.

Hace unos años, en Cartagena, tuve ocasión de presentar la espléndida novela titulada 'El invierno de las almas', del que había sido ministro socialista Abel Caballero, actual alcalde de Vigo. Una novela escrita impecablemente donde se abordaban algunas cuestiones de la Guerra Civil, al tiempo que se atacaba duramente al fascismo.

Ahora, hace unos meses, otro político del grupo contrario, del Partido Popular, Esteban González Pons, ha sacado a la luz la novela titulada 'El escaño de Satanás', ambientada en el Madrid de la postpandemia, tras las 'elecciones de la peste', con un caótico panorama parlamentario en tanto se busca la manera de elegir a un nuevo presidente. González Pons ya es un veterano en estas lides. Aunque ha dedicado una buena parte de su vida al servicio público, ha sacado tiempo no sólo para leer, lo que se evidencia a lo largo de estas páginas, con destellos que nos recuerdan el estilo de autores como Valle-Inclán, Quevedo, Larra o Galdós, sino también para llevar a cabo una más que honrosa labor creativa que se ha materializado en otra novela anterior, en un libro de poesía y en unas memorias.

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'El escaño de Satanás', de haber sido una obra firmada por un escritor conocido por la concurrencia, un profesional de éxito en la literatura, hubiera despertado mayor interés entre los críticos y en entre los propios lectores. Pero ser político y, además, escritor, siempre acarrea sospechas.

La novela de González Pons está destinada a lectores inteligentes y experimentados capaces de interpretar la ironía, el fino humor y la parodia. Una obra en la línea de los grandes esperpentos de la literatura española, cuyo maestro fue el inimitable Valle-Inclán, al que se le cita al inicio de estas páginas. González Pons no se ahorra detalle alguno a la hora de enjuiciar la política y a los políticos de este país, y elabora un curioso decálogo que sólo un hombre de su experiencia y temple sería capaz de realizar. Se dice, por ejemplo, que en política no existen los culpables, sino únicamente los perdedores; o que los políticos, como las cantantes de coplas, no saben retirarse; o que ser político debería ser incompatible con ser humano.

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'El escaño de Satanás', que es, además, una excelente muestra de portentosa imaginación y creación artística no es una novela sobre política para políticos, lo que hubiera supuesto una decepción, un exiguo equipaje. Es, además, un libro de investigación exhaustiva sobre un personaje hoy completamente olvidado: Magdalena de Guzmán, una misteriosa dama, casada con el hijo de Hernán Cortés, que vivió entre 1550 y 1621, y cuya terrible y curiosa historia conecta González Pons con el mundo del siglo XXI, en el que los políticos ocupan, ante la opinión pública, el último lugar del escalafón.

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