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La noticia de la muerte de Jimmy Giménez-Arnau ha pasado casi inadvertida, al margen de algunos programas televisivos del corazón que se jactaron de darla casi en directo, en tiempo real, y con la consiguiente intervención, por docenas, de 'amigos' entrañables. Lo que siempre ... sucede en estos casos, y que tan bien retrata a los oportunistas de última hora, a los predicadores de la muerte, a los tontos del haba.
Había quien se tomaba a chunga al personaje, como si fuera un fulano cualquiera; un tipo más de los que pueblan los platós de televisión en los programas de la tarde en los que nadie jamás ha hablado de libros, sino de las excrecencias de los famosos, de esas gilipolleces que convierten a este país en tierra de moscas, curas y carabineros, como decía Baroja, admirado de ver a su alrededor a tanto analfabeto por metro cuadrado.
Al margen de su exquisita educación, en un centro inglés, en donde fue casi abandonado a su suerte, con poco más de cinco años, por sus propios padres, Jimmy era hijo de diplomático, que, a su vez, fue un notable novelista en su tiempo, José Antonio Giménez-Arnau. Pero Jimmy, que era ambicioso, inteligente y listo como los ratones 'coloraos', quiso llegar más lejos. Estudió Derecho y Periodismo y terminó ejerciendo de corresponsal de guerra. Dicen que estaba a la altura de todo un Manu Leguineche, y, en cualquier caso, fue, de algún modo, quien enseñó el camino a otros del ramo, como Arturo Pérez-Reverte, que era igual de sabio e instruido que su predecesor, con el que también llegó a compartir el oficio de escritor. Sin olvidar que Jimmy tuvo el honor, nada despreciable, de ser cofundador de la revista 'Hermano Lobo' –donde firmaba con el seudónimo de Jimmy Corso, como el Lucas Corso de 'El Club Dumas' de Reverte–, que fue, de alguna manera, sucesora, en arte e ingenio, de 'La Codorniz'.
Pero no conforme con ello, Giménez-Arnau dio el braguetazo de su vida casándose con la nieta predilecta del dictador. Ahí empezó todo. Comenzaron sus exabruptos y el deseo, casi enfermizo, de contar públicamente cuestiones íntimas relacionadas con los Franco, porque era una época en la que a la gente le apetecía oler y tocar con sus propias manos los trapos sucios del Régimen. Ahí empezó su calvario, aunque siempre daba la sensación de estar divirtiéndose, con esa risa sardónica que le convirtió en alguien incómodo que añadía mucho morbo a las tertulias, que, por entonces, aún exhibían un cierto nivel porque todavía no se bajaba al fango de ahora.
Llegó a publicar, a lo largo de sus ochenta años de existencia, unos cuantos libros, entre ensayos, novelas y poesía, destacando, entre todos ellos, el titulado 'La vida jugada', que es, de alguna manera, su testamento personal y literario. Ahí aparecen frases que lo ponen a la altura del mejor escritor, como un aventajado discípulo de Cervantes. Así sucede cuando asegura que «el buen humor es siempre bálsamo adecuado para todo contratiempo, y garantía de supervivencia cuando vienen mal dadas».
Y sí. Vinieron mal dadas. A principios de los noventa, en Onda Cero sufrió el ataque furibundo de Norma Duval, que le lanzó un tacón de aguja a la cara porque Jimmy le había llamado «neonazi». Y muy poco después –ya había pasado la época en la que pregonaba que Carmina Ordóñez era una «golfa con clase»– fue detenido por la Brigada de Estupefacientes a la salida de un programa de Telecinco en el que había participado. Le decomisaron diez gramos de cocaína. Sin contar con todo lo que ya llevaba dentro.
Fue, en todo caso, una figura icónica y muy relevante del llamado periodismo rosa. Su nacimiento, a bordo de un transatlántico en aguas territoriales brasileñas, ya vaticinaba que la criatura venía de culo, y que no iba a ser un ciudadano cualquiera, siempre dispuesto con su fusil para disparar contra todo lo que se menea.
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