Este 'otro' Franco también era autoritario hasta donde se lo permitía el Reglamento. Autoritario, sí, pero no por su condición de dictador, ni de hombre de armas, aguerrido y sanguinario, sino porque en un terreno de juego, ante decenas de miles de espectadores en la ... grada, vociferando hasta desgañitarse, no le quedaba más remedio que plantar cara a los egos de unos futbolistas, en su mayoría, malcriados, chulillos, jóvenes y millonarios.

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Hace unos pocos meses que murió Ángel Franco Martínez, uno de los árbitros españoles del siglo XX más carismáticos y conocidos en todo el mundo. Aquí, en la Región de Murcia, cuando dejó de aparecer por la tele, lidiando con jugadores como Cruyff o Maradona, su figura se olvidó por completo. No hubiera sido una mala idea que algún periodista deportivo hubiera escrito un libro sobre su figura; que le hubiera preguntado sobre esas zonas oscuras de una afición –entonces los árbitros no eran profesionales– que él llevaba en la sangre. Tenía ochenta y seis años cuando sonó el pitido final en ese terreno de juego que es la vida.

Lo vi arbitrar en numerosas ocasiones, en directo y a través de la tele, en aquellos partidos en blanco y negro, que, en los tiempos del franquismo de Francisco Franco, se emitían los domingos por la tarde, cuando se hacía de noche y la gente se recogía en sus casas, a la espera de volver a la rutina del día siguiente.

Ángel Franco tenía muchas anécdotas por contar. Fue árbitro internacional entre 1969 y 1986. Y dirigió uno de los partidos más polémicos y delicados en el mundial de Argentina de 1978. Fue el Holanda-Italia de las semifinales. Muchos años después, cuando fui invitado a impartir un curso sobre narrativa española en la universidad de Messina, en la isla de Sicilia, durante una cena, el marido de una de las profesoras, cuando supo que yo venía de una ciudad española llamada Murcia, me recordó el nombre de Franco Martínez. Aún no había olvidado aquel encuentro en el que el 'trencilla' español se vio obligado a expulsar a uno de los jugadores italianos, lo que supuso perder el partido, a pesar de las paradas del inconmensurable guardameta Dino Zoff. Perdono, pero no olvido, me vino a decir con su mirada aquel hombre de camisa negra, abotonada hasta el cuello. De inmediato, cambié de conversación.

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Se sabe, además, que nuestro Ángel Franco contribuyó a que a los árbitros se les designara en la prensa por sus dos apellidos: Franco Martínez, Sánchez Arminio, Ramos Marcos... El Régimen, siempre atento a estos detalles, no podía permitir que aparecieran titulares de prensa al día siguiente, en 'Hoja del Lunes', como «Franco lo hizo mal» o «Franco, pésimo». Está claro que podía enfadar al que estaba tocándose los 'lereles' o firmando sentencias de muerte, mientras desayunaba, en el Palacio madrileño de El Pardo. Y lo mismo sucedió con la Copa del Generalísimo. Hasta 1978, desaparecido el dictador, la Federación no se atrevió a encargar el arbitraje de una final a Franco Martínez para evitar la posibilidad, más que real, de que todo el estadio, viniera o no a cuento, coreara al unísono «Franco, cabrón».

También los terroristas de ETA, en vísperas de un Athletic-Real Sociedad, que iba a dirigir, precisamente, Franco Martínez, difundieron una nota en la que aseguraban: «Primero matamos a este Franco y luego al de Madrid», con lo que hubo que cambiar de árbitro sobre la marcha y recomendarle a nuestro Ángel Franco que simulara una lesión. Se sabe que se improvisó una reunión urgente en Murcia, con el obispo de entonces como mediador.

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Contra Franco vivíamos mejor. Así, al menos, lo dejó escrito, en uno de sus mejores libros sobre la Transición, Manuel Vázquez Montalbán. Pero no contra nuestro Franco Martínez, que era, amén de excelente árbitro, una buena persona, un tipo alto, atlético, bien parecido e inteligente. Desde luego, nada que ver con el otro 'retaco' y pistolero.

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