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Ha dejado de tener sentido aquello que inventó –al menos, a él se le atribuye la frase– Manuel Vázquez Montalbán, otro de los muchos desencantados de la Transición española, cuando todos pensaban que, tras la muerte del dictador, íbamos a atar los perros con longaniza: « ... Contra Franco vivíamos mejor».
Porque el general golpista, aunque aún cuenta con algunos nostálgicos seguidores, gente que no admite del todo que la democracia es el signo de los nuevos tiempos, por imperfecta que sea, pierde fuelle cada día y, a ese ritmo, ni siquiera va a quedar como un militar con cierta fama de valiente.
Así lo pude comprobar estos días, en una breve estancia en su ciudad natal, en El Ferrol, a la que se le ha caído para siempre esa coletilla que pervivió hasta tiempos recientes: 'Del Caudillo'. Porque esta conocida tierra gallega, admirable por su paisaje y por sus gentes, tiene otros personajes mucho más dignos de admiración. Como Gonzalo Torrente Ballester, tan querido y respetado por todos. Justo este año se cumple el primer cuarto de siglo del fallecimiento del autor de 'Los gozos y las sombras', y el municipio ferrolano así lo conmemora, por todo lo alto, declarando el Año Torrentiano, que vendrá a recordar la singular figura de este grandísimo escritor, autor de 'La saga/fuga de JB', una de las obras más originales de la literatura en lengua española del siglo XX. Don Gonzalo fue quien dijo aquello de que El Ferrol es «una ciudad lógica enclavada en un paisaje y una tierra mágica». La frase ha hecho fortuna, hasta el punto de convertirse en el lema del municipio.
Por no hablar de doña Concepción Arenal, otra ilustre ferrolana que rompió todos los moldes de su época. Aunque nacida en un tiempo en el que a las mujeres se les negaba el pan y la sal, fue experta en derecho, periodista, poeta, dramaturga y pionera del movimiento feminista español. Cuentan que, para poder asistir a la universidad, a mediados del siglo XIX, tuvo que disfrazarse de hombre, cortarse el pelo, usar levita, capa y sombrero. Cuando se descubrió su artimaña, se vio obligado a intervenir el propio rector, que, tras someterla a un duro examen, la consideró apta para, al menos, convertirse en alumna oyente.
Sin olvidar la figura de Jorge Juan, uno de los más ilustres marinos españoles de todos los tiempos. Nació en la ciudad alicantina de Novelda, pero su paso por El Ferrol, durante unos cuantos años, fue clave en su formación. Y ha quedado un buen recuerdo de él, plasmado en una hermosa estatua que corona uno de los jardines más emblemáticos de la ciudad gallega.
¿Y sobre Franco? Pues más bien poca cosa. Uno se pasea por el lugar donde nació –el actual número 136 de la calle María– y ahí sigue, enclavada, la casa natal de quien fue bautizado como Francisco Paulino Hermenegildo Teódulo. Con una placa que nos recuerda la efeméride, y un relieve en bronce, de escaso valor artístico, en donde se le representa con sus galas de militar. Nadie se detiene a mirarla. La gente va a lo suyo, con prisa, dándole así la espalda a este megalómano que se convirtió en un miserable asesino. Hace un tiempo, unos exaltados se encaramaron al balcón e intentaron prenderle fuego al inmueble, sin pararse a pensar que el mayor de los desprecios es el olvido.
Alguien del lugar me contó que, a pesar de haber gobernado en España durante cuarenta años y haber llegado a generalísimo de todos los ejércitos y Caudillo vencedor de una guerra fratricida en donde cobró fama de militar sanguinario, Franco nunca pudo superar el trauma de no haber sido nombrado almirante de esa plaza. Porque, aseguran, le 'ponía' mucho el uniforme de color blanco. Así se explica que siempre eligiera el traje de almirante en las recepciones de El Pardo, y se hiciera fotografiar, con esa pinta, como un niño de primera comunión que sólo sueña con guerras.
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