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Ni el gran Rodolfo Carles, que en 1878 publicó sus 'Doce murcianos ilustres', ni Antonio Martínez Cerezo, autor de 'Oficio de murcianos', aparecido en 1985, recogieron, como merece, la figura del 'Enterao', del que luego se verán sus principales habilidades.
El primero de estos dos ... autores, Rodolfo Carles, dedicó sus flamantes y divertidas páginas a tipos tan autóctonos como el aguador, el animero, la mandadera, el nazareno, el mindango o el sabiondo –sin duda, pariente próximo del 'Enterao'–, que deslumbraba a los ignorantes y a los más ingenuos con su pretendida y supuesta sapiencia, que, en el fondo, no era sino una manera como otra cualquiera de tomarle el pelo a la gente y pasar por lo que no era.
Por su parte, Martínez Cerezo, más de un siglo después, se hizo cargo de otros 'especímenes' no menos curiosos, fáciles de ver e identificar, en su momento, en cualquier lugar de la Región de Murcia. Entre ellos, la carabina, el cepa, el chambilero, el perullo, el pijicas, la setona o el turis que, para quien no lo sepa, era una especie de cicerone que ofrecía a los forasteros hoteles y restaurantes típicos, amén de ayudar a acarrear el equipaje, agradeciendo la propina del turista y la comisión acordada con los del alojamiento.
El 'Enterao' siempre ha jugado con ventaja: participa en todos los saraos, sabe poner la oreja mejor que nadie y en el lugar más insospechado. Los que están cerca de él lo creen un despistado, como si estuviera siempre en lo suyo, poco menos que un tonto del bote. Pero al final, con sus mañas y argucias, dispone de una valiosa información de primera mano, de muy alto valor, que algunos pagarían a precio de oro.
Se mete en todas las conversaciones, pero sus discursos nunca son demasiado prolongados, y se reserva para rematar la faena y decir la última palabra, aunque no sepa, ni falta que le hace, quiénes fueron Cicerón o Demóstenes. Interviene justo en el instante en el que 'pasa un ángel', es decir, cuando todos callan, convencidos de que el asunto no tiene solución y no queda ni un solo secreto por desvelar sobre esta u otra patraña que se cocina en los pueblos a fuego lento. Justo entonces, va y dice: «Eso es lo que os pensáis vosotros... porque si yo os contara». Pero no cuenta nada para mantener así el misterio y hacerse el interesante.
El 'Enterao', si se sabe manejar bien, si alguien tiene el don y la habilidad de saber tirarle de la lengua engatusándolo, puede ser mucho más eficaz para resolver casos imposibles que un confidente o un perro pastor de la Guardia Civil. En la 'mili' el 'Enterao' era, como el furriel o el sargento, alguien imprescindible; un jenares al que todos recurríamos a diario porque, como principal estrella de 'Radio Macuto', estaba al tanto, con pelos y señales, de todo lo relacionado con permisos, imaginarias, guardias, arrestos, maniobras y licencias.
El 'Enterao' no tiene estudios, ni siquiera ha pisado una biblioteca en toda su vida. Ni ha visto el Telediario jamás. Ni ha leído el periódico, más allá de algunos titulares del 'Marca' o del 'As'. Y, sin embargo, cuando aparece en una tertulia, donde se cuela sin que nadie se dé cuenta de ello, sigilosamente, como una sombra escurridiza, en cuanto se presenta la ocasión, tira de ingenio y, con voz melosa, ofrece sus ideas con una convicción y un aplomo que deja boquiabiertos a todos los parroquianos.
En los pueblos, entre la gente castiza y cachonda, todavía hay quien le llama a otro, con mucha prosopopeya y énfasis, 'enterao': 'Enterao', que eres un 'enterao'. Pero sólo sucede cuando el 'Enterao' es cogido en falta, cuando se demuestra, fehacientemente, que sus predicciones se han ido a pique y han caído en saco roto. El 'Enterao', que no deja de ser una criatura del cielo, también conoce, como cualquier hijo de vecino, el amargo sabor de la derrota.
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