Besos húmedos y pegajosos
Nada es lo que parece ·
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Nada es lo que parece ·
A finales de los 80 del siglo pasado aún se editaban manuales de las buenas maneras, guías de estilo para gente educadaLa gente se queja, y con razón, de que, en los tiempos que corren, nadie cede el asiento en el autobús o en la consulta a un anciano, a una madre con un bebé, a una persona en silla de ruedas. De igual modo, son ... muy pocos los que dan las gracias a un camarero cuando les sirve la cerveza, o a la cajera del supermercado cuando les da el tique de la compra. ¿Hemos perdido definitivamente las buenas costumbres? ¿Ha pasado la educación a convertirse en una antigualla, en algo propio de viejunos?
A finales de los 80 del siglo pasado aún se editaban manuales de las buenas maneras, guías de estilo para gente educada. Una de las más populares estaba firmada por un tal Ángel Amable, que debe de ser el seudónimo de algún tipo que no quería que figurara su nombre en letra impresa.
La obra analiza aspectos muy variados que van desde los bautizos hasta los entierros, pasando por las fiestas, las visitas y la indumentaria. En cuanto a los sepelios, el tal Amable insiste en la necesidad de mantener una actitud digna y reservada, evitando cualquier conversación, dar paseos nerviosos o fumarse un cigarrillo. Y nos advierte de que no hay que aprovechar el entierro para concertar citas o hacer negocios.
Más de uno debería aprenderse de memoria todo lo referente a las visitas. Es cierto que han pasado a mejor vida aquellos tiempos en los que los domingos se aprovechaban para ir a ver a los abuelitos. Pero seguimos haciendo visitas de manera muy poco conveniente. Se deja aquí bien claro que nunca han de llevarse a cabo por la mañana, ni siquiera en día festivo: la visita, pues, no ha de hacerse hasta la hora del aperitivo, y, aun así, conviene avisar de nuestra intención, aunque se trate de amigos íntimos. Está prohibido llevar animales domésticos y niños revoltosos 'sin pedir disculpas previas'. Y, en todo caso, jamás hay que 'dejarse caer' por una casa ajena a la hora del almuerzo o de la cena, evitando así el más que forzado 'Si te apetece, aún estás a tiempo'.
En cuanto a la conversación, que, entre los españoles, suele terminar, en no pocas ocasiones, como el rosario de la aurora, y mucho más si tercia el 'cuñao' de turno, está mal visto ceñirse a un tema único. Y Amable pone un ejemplo: si hay un ingeniero entre los invitados, nunca hay que convertir la conversación en un monográfico sobre ingeniería, por muy interesante que pueda resultar el asunto.
En este sentido, me viene ahora a la memoria el día en que, en la ciudad de Ginebra, tuve ocasión de compartir mesa y mantel con un piloto de una conocida compañía aérea suiza. Fue sólo abrir la boca el hombre y nos quedamos todos embobados por lo que podía contar una persona que llevaba a sus espaldas miles de horas de vuelo. Recuerdo que le pregunté qué opinaba sobre los aplausos de los pasajeros en el instante en que aterriza el avión, a lo que, después de dejar los cubiertos sobre el plato y pasarse la servilleta por la boca, me respondió: «Mira, José, son tantas y tan variadas las cosas que suceden en un avión durante el vuelo, sin que los pasajeros tengan la menor idea, que los pilotos le llamamos al aterrizaje 'la guinda' sobre un pastel de mierda»; lo que propició que yo dejara de frecuentar los aeropuertos durante un tiempo.
Como ahora está de moda repartir besos a diestro y siniestro, incluso entre desconocidos, en vez de estrechar la mano o utilizar otros recursos, en este 'Manual de las Buenas Maneras' se deja bien claro que el beso –conocido también como 'ósculo'–, en cualquier caso, para que todo vaya como la seda, no debe ser ni húmedo ni pegajoso, y que, si se trata de besos de amor, hay que tener sumo cuidado con los dientes y la lengua.
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