Hay quienes están convencidos de que muchos de los libros que hoy adornan las estanterías de las bibliotecas de todo el mundo –y no digamos las de las abadías, monasterios y conventos– fueron escritos por el diablo para que los seres humanos cayeran en la ... tentación de leerlos y condenarse por ello. En 'El nombre de la rosa', la espléndida obra de Umberto Eco que abrió el camino del éxito de la moderna novela histórica, hay unas cuantas pistas. Y también en 'El Club Dumas', de Arturo Pérez-Reverte, en donde se ofrecen títulos, inventados por el periodista cartagenero, de incunables redactados por el Maligno en cuyas páginas se nos promete la vida eterna.

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Y hay libros que arrastran, a lo largo de su existencia, desde que comienzan a ser escritos, todo un mar de dudas, de preguntas que, mucho tiempo después, aún siguen sin ser resueltas del todo. 'A sangre fría', de Truman Capote, es uno de ellos. De vez en cuando, aunque ya haya transcurrido más de medio siglo desde su publicación, en alguna revista o periódico aparece un reportaje recordando los espacios en blanco de la novela, los agujeros negros que aún existen a su alrededor, aunque se hayan gastado ríos de tinta hablando sobre ella. Sobre todo, a raíz del éxito que obtuvo tras su publicación, con la venta de cientos de miles de ejemplares cada semana durante varios meses, sólo en los Estados Unidos.

Fue, probablemente, el trabajo pionero de la llamada 'novela de no ficción', que luego, con el tiempo, se ha puesto de moda. De 'no ficción' o 'novela no-vela', como también la han llamado, con ese curioso juego de palabras. Para ello, Capote se desplazó al lugar en donde se cometieron los cuatro crímenes, en un pueblecito de Kansas, en el que la gente estuvo en vela las veinticuatro horas del día, con el rifle en la mano, hasta que no fueron detenidos los asesinos seis semanas más tarde. Capote apareció por allí acompañado por su amiga de la infancia Harper Lee, la autora de 'Matar a un ruiseñor'. Ambos entrevistaron a decenas de personas, sin tomar notas para mostrarse mucho más espontáneos y que las personas soltaran la lengua. De esta labor de investigación salieron unos cuatro mil folios que luego Truman Capote tuvo que poner en orden y darles forma de novela en uno de sus retiros en la Costa Brava.

La historia comienza un 15 de abril de 1959, fecha en la que se cometieron los crímenes, y concluye en la madrugada del 14 de abril de 1965, cuando Dick y Perry fueron ejecutados en la horca en una prisión del estado de Kansas. Entre las zonas oscuras de la novela figuran dos datos: de un lado, la posible relación sentimental entre Capote y Perry, que pudo haber influido en el desarrollo de la obra, y, por otra parte, la circunstancia de que Dick, el otro condenado, redactara un manuscrito sobre los hechos, y que nunca mencionó Capote por razones obvias: podía robarle clientela y quitado la gloria y la fama que luego obtuvo con su relato.

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Eran, al parecer, unas doscientas páginas que nunca encontraron editor y que terminaron extraviándose. En ellas, Dick, lejos de pedir perdón y arrepentirse de su conducta, escribió párrafos ciertamente inquietantes. Como cuando asegura que le hubiera gustado «ver al embalsamador rellenando esos agujeros». Se refiere a los impactos en las cabezas de las víctimas tras el tiro de gracia. Algunos testigos de la época confirmaron que Capote se puso muy nervioso –ya lo era, por su asidua ingesta de alcohol y drogas– e intentó, por todos los medios, a golpe de talonario, comprar el manuscrito.

El poseedor, un periodista llamado Mark Nations, se negó a venderlo y trató de publicarlo por su cuenta. Sin embargo, Nations, dos años después de la aparición de 'A sangre fría', se mató en un accidente de automóvil, y el manuscrito, que llevaba por título 'Autopista al infierno', desapareció, misteriosamente, para siempre.

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