Los trenes, como el alcohol, son los medios de transporte favoritos de los que alguna vez han escrito algo. Trenes para viajar fuera de sí, alcohol para viajar dentro de uno mismo. No se puede pedir más. Para los que alguna vez han escrito algo, ... el tren (como el alcohol, sobre todo si uno ha llegado a la estación destino del whisky) es una relación sentimental que pide exclusividad. No podemos sentir lo mismo por los viajes en coche o en avión. ¡Si fuesen en petrolero, como hacía Josep Plà sin pagar una peseta! Viajar en petrolero es lo más literario de todo (poca conversación, lentitud, panorámicas, esa grasa tan viril, posibilidad de piratas o de -sí– fumar), pero nunca tenemos un petrolero a mano cuando se necesita.
Publicidad
El caso es que el otro día monté en mi primer tren de alta velocidad AVE. Limpio, eficiente, rápido, sin tramos bamboleantes a paso carreta. No parecía un tren. Me sorprendió llegar tan pronto a donde iba. No se distinguía ni la expresion de las vacas mirando al pasar. Imaginé la imposibilidad de acabar con todos los bisontes disparando desde el AVE, si alguna vez los pioneros del Oeste se montaran en él y hubiese bisontes. El AVE acababa con toda literatura. Funcionaba bien el aire acondicionado. Esperé que llegase ese momento ineluctable en que el aire acondicionado de los trenes de antes se metamorfoseaba en un incendio a bordo. Siempre se empezaba a filtrar primero un hilillo de humo negro por las rendijas de ventilación, y olía a goma. Era de mucha costumbre. «Revisor, mire, humo», «sí, no se preocupen, se ha incendiado la máquina, pero ya nos hemos desenganchado y estamos esperando que venga otra». Habré quemado, como quien revienta un caballo, cien locomotoras en mi vida. Yo fantaseaba con que se abandonaba su chatarra en medio de La Mancha y alguien las rescataba para decorar algún mesón de carretera, como si fuesen el panzudo yate 'Azor' de Franco. Muchas locomotoras llevaban nombres de vírgenes. Una de ellas, «Virgen de Begoña» (sin puntos de contacto conocidos con la esposa del presidente) llevó a algunos amigos a convertirse en abrasadas cenizas, en Chinchilla. A mi siempre expansivo y dulcísimo Víctor Villegas lo reconocieron por la dentadura.
No siento nostalgia por aquellos trenes. Soy poco nostálgico, rasgo común en los melancólicos. Eran la España franquista cuya vida activa se estiraba en provincias olvidadas hasta que fue mecánicamente posible. Aluminio corrugado, viajeros tristones y mesitas de fórmica que giraban peligrosamente en su eje. Cada vagón de bordes redondeados parecía un 'diner' mortecino saltado de cuadro de Hooper 'Nighthawks'. Escribir consiste en todo eso, claro, cosa que el tren AVE nunca podrá.
Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.