Dios no hizo al hombre a su exacta semejanza. Eligió a otros bichos para que se le pareciesen más. La eternidad, lo que primero relacionamos con la idea prestigiosa de Dios, cuando se creó el mundo fue un don divino que recibieron algunos pocos animales, ... como cierta clase de almeja gigante japonesa que según los biólogos es inmortal. No muere jamás salvo que alguien se la coma.
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Ahora se ha descubierto un tiburón ártico de unos 500 años de edad, con trazas de ser joven. Ese tiburón, que vive una especie de eternidad menos un día, está hecho a imagen y semejanza de Dios en mayor medida que, por ejemplo, una mosca del vinagre, que vive una sola jornada, o cualquier señor particular, que no duran mucho más sobre la Tierra. Carecemos del soplo divino para vivir eternamente y sí en cambio lo tienen otros animales. El hombre, como se sabe, es una anomalía biológica, algo que en un momento evolutivo se torció y el asunto acabó saliendo bastante mal. Terminó pensando por su cuenta. Eso lo hace profundamente desdichado. Cuando un ciervo piensa, no es desdichado porque en realidad están pensando por él todos los otros ciervos que lo antecedieron en el tiempo, que es siempre lo mismo hasta llegar a ese ejemplar concreto. Un ciervo no tiene opinión individualizada: por él sólo se manifiestan todos los otros ciervos que en el mundo han sido. La almeja gigante japonesa o el tiburón ártico no son Dios, pero tienen concedido el atributo divino fundamental, del que nosotros carecemos. Dios lo quiso así: en la mirada indiferente y como pulida en obsidiana volcánica de un tiburón podemos ver a Dios en determinados brillos cegadores. Dios es más bien carnívoro. Ciertamente esos seres eternos o casi eternos que hay en nuestro planeta pueden acabar servidos en «sashimi» o puede caer un meteorito y acabar con su especie. Pero en principio están diseñados para llevar vicariamente la vida de Dios en la Tierra, en el lóbrego y frío fondo del océano, que es lo más parecido al «aterrador silencio de los espacios infinitos», como Pascal definía al Cosmos.
El hombre ha logrado mucho con los pobres medios físicos de los que disponía, pero unos pocos animales tienen, por voluntad del Creador, cosas que nosotros no alcanzaremos. ¿Todos los seres somos mortales sobre la Tierra? Pues no. No nos contaron bien el cuento.
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