Todos los veranos pasa lo mismo: se me amontonan las necrológicas, porque es en lo profundo del verano, y no en los cambios de tiempo, cuando le da por morirse disimuladamente a la gente, porque no solo morimos solos sino que muchos también se entierran ... solos. La muerte es eso que siempre es a mala idea, cuando a todo el mundo le viene mal; como al presidente Sánchez, lo que le gusta a la muerte es pillar a los demás de vacaciones. Le debía unas líneas a la actriz Jane Birkin, desde que hace un par de semanas alguien tuvo que forzar su puerta ya que detrás olía a podrido. Aquella antaño joven inglesita que, para ser la quintaesencia de una inglesa, se tuvo que hacer francesa, igual que los Sanfermines más españoles, para el imaginario mundial, son los que Hollywood rodó en México. En todas sus películas importantes hacía el papel de mosquita muerta que deambulaba con expresión de no enterarse de nada. No puede haber nada tan inglés.
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Su 'sex appeal' no era en absoluto francés, sino decididamente de las islas, y por eso muchos no se lo encontraron nunca. Decían que Jane Birkin era un espárrago necesitado de una buena ortodoncia (cuando llegó la famosa 'british invasion' a Estados Unidos, fueron definidos por aquella sociedad obsesionada por la sonrisa como «esos chicos cantantes con mala dentadura», un rasgo tan inconfundiblemente británico como encaramar los guisantes al dorso del tenedor para comerlos). Pero para los 'connoisseurs' Birkin fue una delicia, porque carecía de toda esa obscena villanía de lo pasional propia de latitudes calientes. Para entendernos, no le hubiese quedado nada propio ser convertida en letra de un reguetón.
Es cierto que susurró, o gimió, que no cantó, el considerado el tema musical más incitante que ha existido, pero el efecto perturbador que consiguió el compositor Serge Gainsbourg, eminente vicioso, fue precisamente el choque en esa canción entre las vocecitas como de estar fornicando con el aspecto de pan sin sal de la Birkin. Algo que también vemos en la más famosa película que interpretó, 'La piscina', de 1969, junto al todavía vivo, aunque por poco tiempo, Alain Delon y la desventurada Romy Schneider. Sale con el traje de viuda más corto de todos los tiempos (barbeaba casi el ombligo) y sin embargo su lenguaje corporal indicaba recato, como si la cosa no fuese con ella. Con cuarto y mitad de ese traje de viuda por ejemplo Shakira se hace toda una carrera con mil discos de oro hablando de marranerías tropicales.
Así siguió hasta que perdió ese aire adolescente, cuando ingresó directamente en la vejez sin estadios intermedios. No es cierto que estuviese irreconocible. No había nada que reconocer: no era ella, sino otra. Las personas son varias personas a lo largo de la existencia, que no vida (lo de vida queda restringido a los mejores años). La auténtica Jane Birkin nunca dejó de estar al sol junto a aquella piscina.
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