Cuando has dedicado toda tu vida a aprender un idioma, al final te das cuenta de que ese idioma ya se ha convertido en otro muy distinto, en la calle, y lo aprendido no sirve de gran cosa, más que de eso que los líderes ... de autoayuda llaman «tener un impresionante 'background'». Me ha pasado con el castellano. De pronto me encuentro sin idioma materno utilizable. Cuando voy a un recado a una tienda, el dependiente me entiende apenas y se producen confusiones hilarantes, como si les hablara en un dialecto lejano o muerto. Me siento una marcianada con patas.
Publicidad
Hoy todo el mundo que está en la pomada o al menos en la realidad usa expresiones que no tengo idea de qué significan porque aquí no se hablaba así jamás y cambian letras en palabras sin motivo aparente (por ejemplo, 'lazito' con zeta). Los idiomas son organismos cambiantes y todo eso, y los que hablaban latín macarrónico supongo que no hubiesen entendido a los que, hace ocho siglos, empezaron a hablar castellano. Pero había una transición suave, indolora, a través de mucho tiempo y generaciones. Hoy ocurre de un año para otro, y con el idioma me encuentro como esos ancianos que no entienden un cajero automático.
El castellano en el que me enseñé supongo pervivirá en algún monasterio perdido por ahí, pero se parece muy escasamente a la lengua que se habla o se escribe hoy. Tengo la inquietante sensación de ser como esos tomos de enciclopedia que hace unos días encontré en el trastero y que pertenecieron a mi abuela. No valen ni para darlos al fuego. Como máximo, para ser recipiendiarios de cagadas de rata y comida para pececillos de plata. Mi lengua natal, la aprendida y que no cambió sustancialmente durante mucho tiempo, se ha convertido en un mamotreto desactualizado, sustituida por gente que dice, por ejemplo, «qué tan bien» o «ni tan mal» (sospecho que esto último es un catalanada, pero no me apetece comprobarlo). Llega un momento en que no sé qué me están diciendo y desde luego tampoco la gente comprende qué estoy yo diciendo. La incomprensión es fenomenal.
No es que a mis compatriotas les hayan dado un sartenazo en la cabeza sino que un día se han levantado manejándose en un idioma que ha mutado repentinamente hasta el tuétano, y a mí nadie me ha avisado. Yo me he quedado en el ayer por la noche. Los modernos me dicen entre risitas que «hablo raro». El idioma que se hablaba en casa toda la vida no me da ya ni para ir a comprar papel higiénico sin que se produzca un choque cultural.
Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión
Te puede interesar
Publicidad
Utilizamos “cookies” propias y de terceros para elaborar información estadística y mostrarle publicidad, contenidos y servicios personalizados a través del análisis de su navegación.
Si continúa navegando acepta su uso. ¿Permites el uso de tus datos privados de navegación en este sitio web?. Más información y cambio de configuración.