Estaba otro día bebiendo mis dos cervezas o cinco en una de mis cuevas de referencia. El sitio me gusta porque es de los escasísimos donde no me saludan nunca con un «hola chicos», el dueño se echa duelos conmigo a ver quién conoce obscuridades ( ... escrito con anacrónica 'b') musicales de los años 70 y el aparato de aire es anterior a la invención de refrescarse a base de soplidos. Una señorona de provincias había pedido en la terraza una copa de vino y una tosta de salmón, que rechazó cuando había bebido el vino y comido media. «Es muy grande, no me como todo eso ni voy a pagar tanto». «Está bien, señora, el resto me lo ceno yo». «Tráigame dos croquetas». A los cinco minutos cazaron a la señora marchándose, con gran estruendo de joyas. «Estaban tardando mucho las croquetas». «Señora, la invito a la tosta de salmón y a las croquetas. Págueme por favor el vino». «Me quedo a comerme las croquetas». «No, señora, la invito al vino y a todo, pero ni se coma las croquetas ni vuelva». Son los que llaman 'gastrojetas', una evolución de los 'simpas' que según la policía son ahora una próspera plaga.
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En realidad el 'gastrojeta' es un híbrido entre los profesionales del 'simpa' y los gorrones de las eventos con canapés, o gastrogorrones. El gorrón del canapé fue una auténtica institución en Madrid, desde donde se extendió mucho más tarde al resto del país. Nació en la época en que el único sitio donde se solapaban las presentaciones y cosas era en la capital (hoy todo es un solapamiento perpetuo, en todas partes, porque la vanidad ha crecido exponencialmente). «En Madrid, a las ocho, o das una conferencia o te la dan», dijo José María Pemán, y después de la conferencia te administraban invariablemente el «se servirá un vino español». Había un grupo de gente que siempre salía en una esquina de las fotos en todos los eventos, mientras engullían canapés. Nadie los conocía excepto de las fotos, y siempre recordaban a alguien porque iban muy bien vestidos para recorrer su 'tour' diario. Ahora los gastrogorrones han dado el salto de lo gratuito a lo de pago (la ausencia de pago), transformándose en 'gastrojetas'. Para eso hay que valer.
Se les distingue porque parece que hacen un favor al local no pagando, como los que deben cien millones a un banco y el problema lo tiene el banco. El problema no lo tienen los 'gastrojetas', lo tiene siempre el local, porque en la época de los derechos para todo, ¿quién le manda a un hostelero hacer las tostas de salmón demasiado grandes, si aquella señora tenía derecho a guardar la línea?
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