Estos días de invierno que son verano, he visto gente con plumífero a treinta grados de temperatura al sol, sin darse por aludida. La gente del sur peninsular tiene, de siempre, una relación atormentada con el clima, al que no termina de captar, por más ... generaciones que pasen. No lo miden con el termómetro ni con una sensación térmica, sino con dichos, refranes y lugares comunes. La temperatura aquí es una mera creencia colectiva, no una experiencia individual. Una superstición. Si uno pregunta a un señor que va con camiseta y pantalón corto en diciembre, un sector tengo observado que no minoritario de la población, dirá: «Es que en Murcia nunca hace frío». Estará inasequiblemente convencido de que en Murcia nunca hace frío hasta el instante que llegue a un ascensor y se produzca la conversación clásica de ascensor: «Parece que se ha metido el fresco», comentará una vecina.

Publicidad

¿Será verdad? Dará entonces lo mismo que haga treinta grados, para ese señor. Ya nadie le bajará de la superstición de que se ha metido el fresco. Con veintitrés o veinticinco aquí mucha gente decide que se ha metido un frente polar procedente de Siberia. Ven por la tele las imágenes de Soria, luego miran por la ventana y piensan que hay que ver lo que pueden llegar a engañar las ventanas. Una vez convencido de que ha metido el frente, cuando la temperatura baje a dieciocho el fresco adquirirá categoría inquietante de 'helor'. Si baja un poco más, a quince, entonces tendrá el prestigio dramático de ser una 'pelada', o 'pelá', con lo que conviene quedarse en casa guarecido, igual que cuando caen dos simples chispitas de guapolvo anaranjado. En cambio, si hace cinco grados y no hay conversación de ascensor volverá a cenar al aire libre, a elegir cafeterías que no tienen puerta y sí corrientes, seguirá tirando de indumentaria tropical y no pondrá la calefacción porque en Murcia nunca hace frío.

Es decir, en Murcia se considera que nunca hace frío si estamos por debajo de diez grados en enero, pero curiosamente empieza un período glacial si añadimos unos grados más de entibiamiento y alguien, en alguna parte, se siente algo destemplado y la voz se corre. No hay que intentar comprenderlo porque el clima objetivamente considerado no tiene aquí nada que ver con la temperatura sino con lo que se comenta en los ascensores. El propio clima de aquí se deja influir por las conversaciones, por los rumores, en definitiva. Los días empiezan escarchando pero a mediodía ya se puede freír un huevo en las calles peatonales. Es el propio clima el que no sabe si ponerse un bikini o un abrigo de borra, o todo al mismo tiempo. Cuando se alcancen los cuarenta grados a la sombra el lugar común decidirá que «ha llegado el buen tiempo, que tanto nos envidian», y consiguientemente como llega el buen tiempo ya solo se atreverán a salir al caer la noche.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Infórmate con LA VERDAD: 1 año x 29,95€

Publicidad