Acordarse de la república cuando están coronando con la debida magnificencia al rey de Inglaterra es propio de esos tipos que organizan, sin ironía alguna, ridículos 'bautizos civiles' con sus bebés, oficiados por sórdidos concejales corruptos en ayuntamientos de mala muerte, y luego se van ... de convite multitudinario a un merendero, a poner la guinda. En la coronación de Carlos III en Londres había un grupito de gente como llegada de una manifa a favor del empleo indefinido de los funcionarios interinos que pedía la república para las islas, en pequeña pancarta. Nunca como en este momento se ha visto que la república carece de cualquier relato atractivo y que la república no es más que una falta de altura, de misterio, de grandeza y por supuesto de modales.
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Siempre sale el señor que dice que quiere ser igual que el rey de Inglaterra porque tiene los mismos derechos y pretende que los palafreneros le den una vuelta en su carroza de oro. La civilización consiste precisamente en hacerle ver a ese señor que la monarquía es una representatividad de origen histórico y sagrado, que no tiene derecho constitucional a pedir que le den una vuelta en la carroza de oro y que mejor siga pintando pancartas. En estas coronaciones se demuestra por qué no queda igual la magnífica falsa pamela (en realidad, un sombrero de plantador oriental de arroz) en la cabeza de Letizia que en el chino de la esquina. La gente está cansada de exceso de igualitarismo, de asfixiante vuelo bajo, y lo que quiere en su mayoría es que les represente alguien que no sea considerado un igual, sino precisamente un distinguido, es decir, un distinto. La gente, al menos la documentada, está harta de la atroz uniformidad que ha traído este siglo, de que la opinión de cualquiera a través de las redes sociales valga lo mismo que la de una eminencia, con lo que se han acabado inevitablemente todas las opiniones hasta nueva orden. La gente lo que quiere ver es a un rey de Inglaterra que lleve en la corona una piedra preciosa española arrebatada a un moro decapitado, como es lo normal en las piedras de las mejores coronas, y no la diadema de papel del menú infantil vegano del Burger King.
Cuando se hace caer a un rey en esta época, Dios no lo permita, lo normal es que ese brillo venerable sea sustituido, no por un sensato presidente de república más o menos masón y con reloj de bolsillo, sino por un 'influencer' o un 'tiktoker', o peor, un regalado indescriptible como Macron. Hoy los vacíos que deja la excelencia son siempre ocupados por algún producto de estos tiempos. La Corona, y su no sometimiento a las lógicas colectivistas que traen los republicanos, es lo único que evita que en Inglaterra todo el mundo pida por las mañanas el conocido como 'desayuno escocés', una chocolatina industrial echada a una freidora de grasa innominada.
Tendrán siempre poco que hacer los republicanos en Inglaterra: si hay algo que no querrán ser jamás y por encima de sus cadáveres los ingleses, es franceses.
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