Ser tacaño es una habilidad complicadísima. Todo en la vida está montado como sacaperras. En cierta forma, yo admiro a los grandes agarrados, porque yo no lo he podido ser (los pobres somos casi todos espléndidos, ya que nunca pagamos con el dinero que tenemos ... sino, por arte de magia, con el que nos gustaría tener). Observo en la gente que no suelta un duro un doloroso esfuerzo incluso físico, un inmenso trabajo de orfebrería, con atención a cada detalle, por impensable que sea, para librarse de pagar. El director de cine Roger Corman, que ha muerto estos días a esa edad en que llegas dos tanatorios más tarde de lo que te correspondía, ha sido uno de los tacaños más eximios de los últimos cien años.
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El secreto de su gran obra fue ese. Hay veces en que el talento artístico está supeditado a saber cómo no gastar nada, el ahorro favorece el arte. Menos es más (un arquitecto genial y maldito español, Fernando Higueras, se indignaba sin embargo con eso, «¿cómo que menos es más? ¡Menos es menos y más es más, coño!»). Sus películas tenían todas diálogos parcos, incluso cuando eran adaptaciones literarias, escenarios intercambiables, escenarios «naturales» pintados en un telón de fondo. Siempre el mismo telón de fondo, que iba amarilleando. Y mientras había que vigilar que el actor principal de muchas de esas películas, Vincent Price, otro gurrumino ilustre, no se llevara los muebles del decorado a su casa, como hizo con frecuencia. A Price había que registrarle los bolsillos después de cada día de rodaje no fuera que se llevase escondida una silla estilo remordimiento español o una cama con dosel.
Roger Corman sacó unas memorias donde en el título reconocía su secreto: no haber perdido nunca un centavo. Llegar a los noventa y muchos sin haber dejado que el centavo se situase jamás fuera de su vista, es una hazaña impresionante. Corman ayudó a muchos cineastas en sus inicios que luego fueron considerados genios de la industria, y lo hizo a gusto porque no le pidieron para el taxi. Esa fue la primera enseñanza de Corman, que les sirvió para eliminar ese vicio de juventud, por genial que sea, que consiste en querer decirlo todo y gastarlo todo. Les enseñó que lo importante para tener un sello propio no es hacer películas (o escribir libros), sino hacer siempre la misma película. Así, su protegido Martin Scorsese, que sólo ha fallado -y perdido algunos centavos- cuando no ha hecho su película única, que abarca muchas. A eso se le llama «tener un universo». Todas las muy estilosas películas Corman (la mejor, 'El barón rojo'), son la misma pero esa película el viejo zorro la cobró un par de cientos de veces.
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