Conspiración confirmada

Claro que Zuckerberg dijo también, antes, cuando tenía una pupila inquietante que le ocupaba todo el ojo y por la que algunos lo confundieron con «un reptiliano de manual» (tal vez en efecto es un reptiliano), que no existía la censura ideológica en sus redes y que sólo se garantizaba que hubiese un «debate sano». ¿Cuándo dijo la verdad el tecnomagnate, antes cuando lo negaba todo o ahora que corrobora lo que decía Borges de que «quien sufre de mania persecutoria es porque lo persiguen»? Nunca lo sabremos. Lo que sí sabemos es que a las conspiraciones mundiales les pasa, no pocas veces, como a los fenómenos paranormales: se tienen por cosas de gente con el cucurucho de papel albal en la cabeza hasta que la ciencia las puede probar. Hay que tener cuidado con creer en chaladuras porque a veces, con la marcha que lleva el mundo, se quedan cortas.

Zuckerberg sólo es creíble en la medida en que puede serlo un criminal confeso. Puede decir la verdad sobre los criminales que estaban por encima de él, pero debemos acogerla siempre con reservas. Según la época, contar la verdad es más rentable económicamente, que es la razón por la que ahora los tecnomagnates cantan. La misma credibilidad que tienen, desde luego, los escandalizaditos zurdos que acaban de descubrir en las redes que, de pronto, la gente puede decir lo que quiera con el único límite del Código Penal, como en los buenos viejos tiempos. Piden restaurar la censura previa, siendo ellos por supuesto los vigilantes, porque eso de la libertad está bien, pero sin entusiasmarse.