El conferenciante

Le ha ocurrido a Obama, ese señor bien duchado que nos viene dictaminando sobre lo que hay que hacer a cada hora en el universo, pero que no tuvo a nadie que le dijese que tratar de fundar una 'dinastía Obama' con la primera candidata mujer que encontrase con su aproximado tono de piel no era tan buena idea. Y le ha pasado a nuestro Aznar, que no cobra tanto por conferencia como Obama pero ya venía sin pisar suelo de casa, y de antiguo. Alguien que casó a su hija como la casó no estaba ya en el planeta, y los vuelos alrededor del mundo conferenciando a precio de revelaciones divinas sólo lo han acercado más a las nubes. No entiende, según lo que dice, por qué ha ganado, y arrollando entre los pobres y obreros, alguien como Trump. Si no entiende eso no le vamos a pedir que sepa por qué lo de la boda de su hija, por ejemplo, fue una obscenidad desquiciada en la mismísima cara del país que gobernaba. Le están pagando demasiado para abrir la boca ante un selecto auditorio si no capta algo tan sencillo como que la zafiedad o, como él lo llama, la «ausencia de decoro» de un gobernante puede revestir varias formas, y no todas llevan el pelo pollo y piel naranja. Algunas de hecho llevaban bigotazo azul ala de cuervo y se dejaban invitar a veranear en Marina D'Or por magnates del alicatado.

Se espera algo más de las voces autorizadas mundiales que analizar la situación actual, a tanto la palabra, igual que las beatas decimonónicas, con aquello de «el Diablo anda suelto». Las beatas no cobraban morteradas por su diagnóstico. La única conferencia digna en el circuito de dignatarios de Occidente sería una que empezase y terminase con siete palabras: «Somos los causantes de que gobierne Trump».