Hay una 'influyente' en TikTok que atiende por Roro y que ha causado gran escándalo en España, porque le gusta cocinar para su novio. Le han gritado 'tradwife' (que será algo distinto a 'esposa trans'), colaboracionista, machista, esclava. El escándalo ya se encuentra en que ... le guste cocinar. En lo del novio ni entramos, porque agradar a un novio haciendo un postre está más allá de la ultraderecha. Vivimos en un país en el que actualmente la única forma de cocinar no fascista, si eres mujer, es hacerlo para 'MasterChef'. Una mujer que cocina hoy merece el reproche moral que antes merecían las mujeres de bares donde se fuma, y por exactamente la misma gazmoñería social, de origen religioso (ayer catolicismo, hoy progresismo). «¿Es buena chica?», «es cocinillas», «ay qué compañías te echas, hijo, qué compañías».

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Las grandes creadoras de contenido para las mentes del país como Irene Montero o la ministra Mónica García denuncian que a la 'influyente' de TikTok Roro se la ve demasiado pulida y que habla demasiado suave. Por el contrario a ellas, 'scream queens', 'reinas del grito' en idioma vernáculo. Supongo que en el paraíso progresista todas deben hablar como si tuviesen que sobreponerse a una cola de quince metros en la pescadería. Es cierto ese estereotipo de que al tío se lo conquista por el estómago. A un tío, que es algo bastante distinto a un hombre, según la clasificación, ampliamente aceptada por la doctrina, que hacía Dave Barry en su clásico libro autofustigatorio 'Nosotros, los tíos'. En esa obra maestra del humor (el humor no es más que drama contado en serio), los hombres tienen muchas formas de ser diferentes, pero los tíos sólo hay de una clase. Una imagen exacta del tío –al menos del tío sin 'tradwife' al lado– es el que arroja con desgana al fondo del microondas una bandeja ultraprocesada, con cartón y todo. El tío no ayuda en casa porque espera que la casa lo ayude a él. El tío –no el hombre– es esa figura que, ante los platos sucios, dice siempre que tiene a la señora de la limpieza en su día libre, y sueña con que una mano servicial le prepare un baño con sales, en el caso de que algún día alguien le ordene que tiene que lavarse. Hasta las 'roros' considerarían todo esto como inaceptable y reaccionario. El tío, en fin, es un animal a punto de extinguirse.

La única esperanza de conservación de la clásica 'forma de ser tío' es a través de esa mujer nueva que busca el progresismo más autoconsciente: la mujer que desprecie todo lo de la casa, que arroje al fondo del microondas cualquier comistrajo, que no hable bajito como las 'roros' y, Dios santo y bendito, que no luzca su aspecto demasiado aseado.

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