Mi padre fue un bebedor de cerveza sin broma, de los que no se emborracharon jamás porque nunca se fue para arriba entusiasmado y mezcló bebidas, por ejemplo algún trago abusivo de agua entremedias. Se distingue a los verdaderos cerveceros, que no son nada 'hooligans' ... sino que más bien se parecen al doctor Johnson, porque se piden la segunda siempre antes que la primera, y la tercera previamente a la segunda. En el casillero de un cervecero siempre es empieza como poco con un 0-2 en contra, que hay que remontar. Para el cervecero de raza, el tiempo -al menos el tiempo que merece vivirse- es una cuenta atrás, no hacia adelante. Hay que beber una detrás de otra, pero empezando por la última y acabando por la primera, no vaya a ser que luego falte.
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A algo de eso, pero en su caso con el vino, se refería Carlos Valcárcel Mavor, entonces cronista oficial de Murcia, cuando en la tasca le preguntaban 'don Carlos, blanco o tinto', y él respondía lacónico e impaciente: «El grande». El bebedor aquilatado de cerveza también es impaciente, pide la última cerveza de primeras. Ya mi abuelo paterno, que no viajaba a ningún sitio sin su almohada (imagino que metería la maleta dentro de la almohada, no al revés) y su cafetera italiana, consideraba que no había mundo si no tenía siempre a sus pies, a la hora de ponerse a la mesa, un cubo de cinc con varios tercios dispuestos en forma de diamante y mucho hielo de barra sacado de su manta y cortado en lascas con picahielos. Consideraba que el hielo de barra, si puede ser procedente de algún nevero de las montañas, da el sabor y temperatura exactos a la cerveza, algo que arruina el frigorífico, que siempre traspasa a los bebedizos algo como de charca descompuesta. Mi abuelo empezaba siempre a beber cerveza, que era Mahou, por el vértice derecho del dibujo de botellas en forma de diamante. La cuenta atrás.
Yo cuando voy convidado a algún bar tomo precauciones en este sentido. Una vez, en un merendero donde para mi maravilla tenían lebratos silvestres y hasta pajaritos fritos -un plato con el que te expulsan de la agenda 2030 por crueldad alimentaria- vino un camarero muy agradable a tomar nota de las bebidas. «¿Qué queréis beber», dije a los concurrentes, calculando lo que iban a exigir los gorriones fritos. «Veamos, sí, yo creo que serán seis tercios metidos en hielo. ¿Qué vais a pedir vosotros...?». Costó trabajo hacérselo entender al camarero. La cerveza es prácticamente el único líquido con el que no cabe duda de si te va a apetecer. Se sabe que te apetece y cuánto. En el bebedor de cerveza adiestrado caben siempre, más o menos, el mismo número de palabras entre largo trago y largo trago. Si dicen que el bebedor de ginebra es introspectivo y el de whisky filosófico, el de cerveza es previsible y exacto. Cuento mis teóricos años venideros por el número estimado de botellas.
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