Las letras de los himnos nacionales suelen ser a la realidad de un país lo que las marchas militares a la música. Tienen muy escasa relación. Los himnos nacionales hablan siempre de segar cabezas, de estar por encima de todos, de hinchadas inexactitudes o de ... lo, lo, lo (en el caso del himno español). Sin embargo, esta semana he descubierto un himno nacional que habla de la exacta naturaleza de su gente. De algo que es comprobable, no una exaltación. Fui a un acto de la oposición venezolana a Maduro en el exilio, donde muchos hablaron de su vivencia personal y la de sus seres queridos, y comprobé que es completamente cierta esa frase que se repite en su himno, «Gloria al bravo pueblo». De tan bravo, temerario.
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El actual pueblo español, por ejemplo, no podría cantar eso sin que las carcajadas se escucharan en Ganímedes. El pueblo español hace mucho que está, como máximo, para aplaudir en los balcones, a lo que toque. Si los balcones españoles hablaran. Por el contrario, ser opositor en Venezuela, o simplemente no estar en las listas de adeptos, hace que despegar el ojo cada mañana ya sea una operación de riesgo. Salir a la calle, una actividad extrema. Toser al aire, una ruleta rusa. Un mal gesto, tortura asegurada. Significarse (lo contrario del «hijo, tú no te metas» de aquí, de tan entrañable raigambre franquista, por cierto), adquirir todas las papeletas para la gran tómbola de la muerte violenta. Me asombró toda aquella gente sin aspecto de titanes, igual que la que come a mi lado en los restaurantes sudamericanos de mi barrio –es la misma gente–, narrando suaves su desesperación, su encuentro brutal con la distopía. La desesperación, contra lo que se cree, no grita, excepto en su estadio muy inicial. No se vence a la desesperación con la voluntad de la mente, la vence el instinto más primario, la vence el cuerpo. Un cuerpo que de pronto se encuentra en la calle, pechando limpiamente contra las balas, porque son preferibles las balas a lo otro.
Los venezolanos son hoy un masivo bravo pueblo, temerario y no quiero pensar que suicida, y estas palabras tan sobadas en los himnos de todo el mundo no son, en este caso, ninguna vieja ampulosidad dialéctica de espadones y militarotes. La evidencia me ha golpeado, y la vergüenza me ha inundado al poner a este tipo de gente al lado de mis compatriotas.
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