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Del nuevo embajador español en Venezuela hay que decir lo mismo que Salvador Dalí de Picasso: él -dicen- es comunista, yo tampoco. Vengo leyendo en la prensa nacional que mi compañero de pupitre del cole Álvaro Enrique Albacete Perea, destacado como responsable de la diplomacia ... en Caracas, lo ha puesto ahí el dictador Maduro. Más aún, que es su propio embajador, colocado ahí por país intermedio. Contra esa información tan contundente y extendida sólo puedo oponer el título del reciente documental sobre el exentrenador de la selección española de fútbol, Luis Enrique: «No tenéis ni puta idea».
Ciertamente, de aquel cole del Opus Dei que duró hasta la mayoría de edad, algunos salimos menos impresionados que otros por las enseñanzas conservadoras propias de esa prelatura. Y es probable que Álvaro saliese demasiado poco impresionado. Pero, ¿comunista, subalterno de estricta obediencia a Maduro? Desde pequeñico se cría el arbolico, y allí no había ningún arbolico bolivariano. Álvaro trabajó, sí, para el ministro Moratinos en Exteriores, durante el Gobierno Zapatero. Paco Fernández Sánchez-Parra, al enterarse del asunto durante una cena de antiguos alumnos a la que acudí ataviado con el uniforme veraniego del cole, le interrogó: «¿Pero, cómo puedes trabajar para ese Moratinos?». «Es encantador, con él trabajo muy a gusto», respondió. El escándalo fue notable al saberse que, de entre todos los de clase, que éramos sociológicamente más de derechas que el Cid Campeador, había un heterodoxo. Un heterodoxo que trabajaba muy a gusto para «los otros». El escándalo fue sospechar, siquiera mínimamente, que cabía la posibilidad de que Álvaro no fuese facha.
Hoy algunos se escandalizarían al saber que, pese a lo publicado con tanto entusiasmo estos días, tampoco es un comunista esbirro de la tiranía. Álvaro ha seguido, en el fondo, donde estuvo desde que lo conocí con apenas dos palmos (tres, dada su inveterada buena planta, que conserva). Una mirada que me atrevería a calificar de limpia, esa rara capacidad para salir planchado de un bombardeo (más o menos lo que hacía Roger Federer en el tenis) y un evidente talento diplomático para todo, en lo que imagino tuvo algo que ver el tener una madre argentina, encantadora por cierto. Nadie que sepa de lo que habla podía ser su enemigo. Y ahora los desavisados tienen que leer en los medios no sé qué historias...
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