Nadie se acordaba de él. Estaba en una clínica reponiéndose de una dolencia cardiaca en un estado de salud precario. Un empresario se hizo cargo de ese ingreso y otro previo, por lo que su economía tal vez fuese también precaria. Algún periódico atribuía su ... dolencia a una vida de excesos sin el menor pudor, con el cuerpo aún caliente. Y así se murió Jesús Quintero.

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De repente era el hombre más admirado del país. Lo suyo no era periodismo, era arte. Sus silencios, poesía, su imagen la de un grande bohemio de España. Lo suyo, una vez muerto, ya no eran excesos, era bohemia, la magia de las palabras, la magia del español, que llega a lo prodigioso cuando tenemos que loar a un difunto. En los programas de tarde del lunes, el día del deceso, todos habían sido amigos suyos, lo cual es raro viendo su vida personal, su forma de actuar en la tele y sus entrevistas, todas repuestas en menos de 24 horas. La siguiente fase fueron las redes sociales. Si 'El perro verde' fue el clasicismo de la comunicación y la muerte de Quintero el manierismo, en las redes se alcanzaba entonces el barroco. Llantos, elegías, exégesis... un repertorio de dramas a la griega manera que le hubiesen arrancado a Jesús una media sonrisa que era estrictamente suya, esa que, a la derecha dejaba horizontalmente tieso el labio y a la izquierda lo levantaba en 45º.

Decía la canción de los Beatles de la que viene su sobrenombre «Día tras día, solo en una colina. El hombre de la sonrisa tonta se mantiene perfectamente quieto. Pero nadie quiere conocerlo». El 'Loco de la colina' fue radio y luego una temporada de televisión. Sí, solo una, lo he leído por ahí. Parece que fuesen años de entrevistas y silencios pero no. Tal fue el impacto de un formato que inventó él y que nadie ha seguido porque para el entrevistador es insoportable y para el entrevistado casi abusivo. Cuando nos ponen un micro delante tenemos la peligrosa tentación de hablar de más. Es muy peligroso, puedes decir la verdad. Es algo que se aprende con los años y la práctica, pero si nos fijamos, la gente por la calle tiende a contar las más profundas intimidades y confesar todo cuando les preguntan para un programa de tarde. Si el entrevistador te pregunta y se calla, tienes la sensación de que no lo has contado todo y sigues hablando.

Luego llegaron los raros, los locos, los marginados. El Risitas y el Cuñado, el 'Perro verde' y la consagración del personaje. Quintero ya era uno más de los 'freaks' que desfilaban por su programa, una especie de sumo sacerdote de lo alternativo. Luego se apartó durante años de la lente. Jordi Évole intentó entrevistarlo y él dijo que no. Hasta Villarejo o Matas han querido contar la verdad delante de su micrófono, pero él no, porque sabía que podía acabar contando la verdad, y eso corresponde al entrevistado. Y él era el gran maestro de los entrevistadores.

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Entonces se murió y todos montamos el altar. Facebook e Instagram se convirtieron en un río de locos y silencios que parodiaron Martes y Trece en un 'sketch' en el que, en un momento determinado, un mando aceleraba el pausado hablar de Quintero para entrevistar a Concha Velasco, que se duerme en uno de los eternos silencios. Ese 'sketch' no se ha compartido, claro, hablamos de un santo laico de la comunicación al que protege el sagrado manto del arte, así que poca broma con el que era tan importante para nosotros.

Pero si era tan importante para nosotros, si lo queríamos tanto ¿por qué se le hundieron uno a uno sus proyectos empresariales? No parece que su vida fuese un modelo de gestión ideal, pero alguien a quien tenemos tan presente no queda olvidado. No sé si deberíamos haberlo buscado en vida en vez de montarle retablos imaginarios después de morir olvidado. Tengo esa sensación después de cada muerto famoso.

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Lo conocí hace unos años en Marbella en una fiesta del interiorista Pedro Peña. Iba vestido como una especie de Keith Richards mezclado con el cantaor Porrina. Un estilo personal. Muy feo, pero muy suyo, con un foulard y un gorro. Estaba muy mayor, muy flaco. Estaba esencial. Normalmente estos personajes hablan todo el tiempo y, cuando hablas tú, no te escuchan. Él no, escuchaba sonriendo y aparentando un interés que no tenía. No recuerdo lo que bebió, pero sí que se fue pronto en una fiesta fulgurante que duró hasta el alba. Podría estirar ese encuentro hasta una amistad pero solo fue una conversación trivial. Debo ser el único en España que no era amigo suyo.

En medio de nuestra histeria necrófaga en la que olvidaremos a Quintero antes de que se publique este artículo, tal vez no esté mal pensar en qué va a pasar con nosotros cuando muramos. Al no ser famosos no habrá gestos de dolor tipo Laocoonte ni artículos como este, pero es divertido pensar en cómo seremos buenos hasta para los que fuimos el demonio. Se dirá que no se nos valoró lo suficiente, que éramos buenas personas y cosas por el estilo. Una de las cosas más tristes de la vida es no poder asistir a nuestro funeral y ver ese espectáculo que se ha perdido Quintero. El espectáculo barroco.

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