Ilustración. Mattin

El fracaso de la felicidad

El foco ·

La búsqueda obsesiva de la satisfacción física y mental se impone como un objetivo irrenunciable vinculado al dinero, el liderazgo o el éxito, valores seductores y alienantes

Jesús G. Maestro

Catedrático de Teoría de la Literatura y Literatura Comparada

Domingo, 23 de febrero 2025, 00:09

En los últimos años la felicidad se ha convertido en una de las obsesiones más importantes de nuestra vida. Parece que vivimos bajo el imperativo ... de la felicidad. Es como si fuera obligatorio ser feliz. Desde la publicidad al cine, pasando por la televisión y las redes sociales, se emiten sin cesar constantes exigencias y recetas para ser feliz. Resulta imposible vivir al margen de esta exigencia: la felicidad.

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El deseo de felicidad ha multiplicado la presencia de todo tipo de gurús, que persiguen nuestra atención y nuestro tiempo con ojos de alinde puestos en nuestra tarjeta de crédito. Algo debe de tener el ansia de felicidad que resulta tan rentable a quienes disponer de una receta que, por el momento, solo ofrece promesas seductoras, pero no soluciones efectivas. Sucede, sin embargo, que la seducción, esa manera sospechosa o engañosa de atraer, es una forma sedante de prorrogar el fracaso. Un fracaso, a primera vista, siempre invisible.

Es muy difícil alcanzar una felicidad exigida por formas de vida que, día sí y día también, complican mucho las cosas. Mucho es, a veces, demasiado: es muy difícil encontrar un trabajo, y la posibilidad de disponer de una vivienda, sea propia, sea alquilada, es cada día más limitada. Incluso las personas que tienen trabajo se encuentran con infinitos problemas, que lesionan sus ilusiones originales y sus objetivos laborales. El trabajo resuelve muchos problemas, pero también crea otros nuevos. En un mundo tan adverso, la felicidad es un logro imposible. Un idealismo.

Y sin embargo la felicidad se impone como un objetivo necesario, irrenunciable e incluso amparado en derechos que, sinceramente, deberían ser naturales, esenciales, básicos. Y no lo son, porque dejan lentamente de serlo. Derechos que en muchos casos se pierden de forma silenciosa, inconsciente o imperceptible.

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La felicidad se impone en co dmpetencia con otros valores que paulatinamente resultan desplazados: el dinero, el liderazgo y el éxito. Estos tres valores o referentes, en particular, son muy alienantes y seductores. Y no siempre llevan a la felicidad. Por engañosos.

El dinero es objeto de muchas idealizaciones, que la realidad desmiente, cuestiona o directamente destruye. El dinero es la medida universal de todas las cosas, desde luego, pero su poder de medición está regulado y controlado por agentes desconocidos. Y entre ellos mismos las relaciones son muy conflictivas e inestables. Hay razones para suponer que el mundo de las élites es menos ideal aún que el mundo del pueblo llano.

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El liderazgo es otro de los estímulos más idealizados de nuestro tiempo. En todas las actividades profesionales se exige ser un líder. A veces se exige algo peor que serlo: se exige tenerlo. Este término, líder, resulta muy inquietante, si reflexionamos sobre él. Cada cual lo define a su manera, para hacerlo compatible con un mensaje simpático y atractivo, a fin de sentirse a gusto con este tipo de figura, tan parecida a veces a la de un pequeño 'gran hermano' orwelliano.

El término líder procede de la política. Y de la lengua inglesa. Ambos son orígenes muy reveladores. Líder es alguien que encabeza un grupo. La genealogía de esta palabra remite a términos de controvertido recuerdo histórico (führer, duce, caudillo...). Naturalmente, esta semántica, pretérita y política, no está presente en el sentido actual del término, pero está en su genealogía léxica y semántica.

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Un líder es, con frecuencia, un esclavo de élite. Su terreno de juego es esencialmente el mercado, ese espacio tormentoso en el que los náufragos se cuentan por miríadas.

El otro término de la terna es el éxito, es decir, la idealización de un logro aparente y temporalmente satisfactorio. Confiar en el éxito puede conducir al fracaso. No lo parece, pero hay que tener cuidado con este tipo de confianzas. En primer lugar, porque el éxito, como el placer, suele ser siempre muy poco duradero, es decir, fugaz y pasajero. Y más aparente que real. Podrá ser, no lo negamos, intenso también como el placer, pero insisto en que resulta más ilusionante que real (a diferencia de ciertos placeres bien consumados). Piense cada uno (en) lo que quiera, pero el éxito tiene más que ver con el autoengaño que con la realidad. Más con la creencia que con la certeza. Porque es más ilusionante que real y verdadero.

En segundo lugar, porque el éxito de uno es la envidia de otros. «Quien no compite no estorba», decía con acierto sor Juana Inés de la Cruz. Y la envidia, como todo el mundo sabe, es la forma más siniestra de admiración.

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No es mi intención amargar a nadie el día ―ni aún menos la vida, pero muchos de los impulsos e imperativos que nos empujan hacia la felicidad son caminos más preocupantes que seguros y más conflictivos que estables.

Hoy vivimos en una sociedad en la que se constata algo innegable: el fracaso. Hay muchas experiencias cuyo saldo es frustrante y cuyo resultado es un fruto fracasado, no por tardío, sino por inexistente.

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La felicidad no da los resultados esperados. Incumple sus promesas. La búsqueda de la felicidad no es un mapa claro: resulta ser un laberinto sin salida, donde las únicas puertas que se abren, y no todas y no siempre, son las de las salas de psiquiatras y psicólogos. La felicidad tiene más que ver con una caja de Pandora que con una promesa cumplida.

Si me preguntan qué es la felicidad, les diré, con toda modestia y franqueza, que la felicidad consiste en tener salud. Y en algo más: consiste también en cuidar, en la medida de nuestras posibilidades, de quienes, por desgracia, no tienen salud o han perdido la que tenían. Lo demás es un idealismo. Un idealismo que puede conducir al fracaso. ¿Cómo sobrevivir ahora al fracaso de la felicidad? El siglo XXI dirá. Yo no lo sé. El futuro se hace, no se adivina.

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