Y a hemos comentado en esta misma columna que la acción de gobierno de Sánchez tiene dos caras: la cara A, la de la gestión técnica, la llevada a cabo por sus ministros socialdemócratas liderada por Calviño, que es positiva. Económicamente lo han hecho bien, ... han mejorado la situación social, el precio de la energía, las consecuencias económicas de la pandemia y la guerra de Ucrania y han sido felicitados por el mismísimo foro de Davos. Más o menos lo que se espera de un gobierno socialdemócrata bien preparado. Pero la cara B no es tan buena: la parte que corresponde a la acción política le supone una sangría de votos por su alianza con 'indepes' y Podemos que le hace perder mucho voto de españoles moderados de centro izquierda. La cara A es de notable, la cara B hace que todo lo de la A quede empañado y, lo peor, le perjudica electoralmente de manera tremenda.

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Sísifo. No me canso de decir que el voto en España está entre el 4 y el 6. Y el PP y el PSOE están metidos en un bucle del que no saben salir. Uno depende de Podemos y otro de Vox. Y cuanto más se alían con esos partidos más alejan al votante de centro, y cuanto más alejan al votante de centro más necesitan a esos partidos extremistas. Viven en un círculo vicioso. Como Sísifo, condenados a subir una y otra vez la misma piedra para que esta cayera de nuevo. Esa dinámica les lleva a la política de bloques, a no cooperar, a verse como enemigos irreconciliables, y esa ausencia de sentido de Estado nos perjudica a todos.

¿Y los extremistas? Los partidos extremos, encantaos. Administrando ministerios y consejerías con muy poca representación, lo único que hacen es, de vez en cuando, montar un pollo que aleja al partido que tienen al lado del votante de centro. Lo hacen intencionadamente, porque les funciona. Ejemplos: lo del vicepresidente de Castilla y León con el aborto o lo de Podemos con la ley del 'sí es sí'. Consiguen que no se hable de los posibles logros de gobiernos de PP y de PSOE, sino de polémicas que embarran el terreno de juego donde ellos crecen, perjudicando a populares y socialistas. Y ahí tiene el problema Sánchez: en los dos últimos meses, en lugar de hablarse de los logros de su gobierno, solo se habla de la polémica generada por la ley de Montero.

¿Cómo se sale de esto? Pues solo hay una, la valentía. Hay dos opciones:

1.- El partido centrado – sea PP o PSOE– se niega a formar gobierno con los extremistas pese a que los números le den y convoca nuevas elecciones. Probablemente arrasaba. Ya les digo yo que esta no va a pasar. En la tesitura actual no se atreven.

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2.-Opción dos: firman un acuerdo público con luz y taquígrafos que asegure que en el Gobierno central y comunidades autónomas ambos se comprometen a dejar que gobierne el más votado al abstenerse en la votación en la cámara del nuevo presidente, marcando luego, eso sí, al rival desde la oposición.

Lo sé. Sí, ya me sé que el PP gobernó en varias comunidades siendo la lista menos votada, lo sé. Pero el acuerdo que propuso Feijóo comienza desde ahora. Porque no podemos seguir así. Las opciones de gobierno que vemos desde las elecciones que vienen en noviembre son: o un PSOE condicionado de nuevo por Podemos e 'indepes', o un PP condicionado por Vox. Ninguna de las dos opciones es buena. Después de ver evolucionar a Feijóo, creo que Pedro Sánchez es mejor líder político pero la cara B de su gobierno le lleva a un resultado incierto. Habrán observado que Feijóo, después de mútiples meteduras de pata derivadas de que su nivel no es el que esperábamos, va hacer la táctica de Ballesta: dejar que la victoria caiga en sus manos como fruta madura por el enorme desgaste de su rival. A Sánchez solo le queda una opción, un último tren: jugar la baza de la presidencia europea y firmar el pacto con Feijóo para que gobierne la lista más votada. Ese gesto valiente, descarado, esa declaración de intenciones de que no quiere depender de Podemos y evitar así que el PP se tenga que apoyar en Vox, le daría la imagen de hombre de Estado que, dado que es mejor candidato que Feijóo, le permitiría ganar aunque fuera por la mínima, y gobernar. Con un gobierno, ahora sí, de su propio partido.

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