Bien es verdad que cuando se acerca nuestra Semana Santa todos pensamos en los grandes desfiles procesionales que concitan la presencia de muchísimo público y que no dejan de tener un atractivo turístico innegable. Siempre pensamos en Murcia en la procesión de 'los coloraos' o ... la de los salzillos, el Encuentro de Cartagena o los espectaculares desfiles bíblico-pasionales de Lorca. Todos ellos de indudable interés, imperdibles, y que reflejan en gran manera lo que somos, nuestra herencia, y lo que llevamos en el ADN después de muchas generaciones. Pero hay otras procesiones más pequeñas, que tienen su encanto en su singularidad, en ser algo diferentes, en darse en tal o cual pedanía y que, creo, son muy dignas de interés y a mí me llaman mucho la atención.

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Sorpresas. Dentro de nuestra Semana Santa, y refiriéndome a la capital, pues soy nacido y criado en San Antolín, creo que llama la atención que nuestros desfiles, lejos de la seriedad, por poner un ejemplo de los castellanos, rezuman alegría, barroquismo, bellas tallas de Salzillo y la escuela que generó, y se reparten caramelos, habas o monas con huevo. Una visión del fenómeno religioso cuasi festiva, derivada de nuestro carácter levantino que ha terminado por dar una sociedad abierta y acogedora. Por aquí han pasado muchas culturas: romanos, cartagineses, los visigodos, los musulmanes y luego cristianos recios venidos del norte, de Castilla, claro, y de Aragón, también, e incluso del reino de los francos. Eso nos hace ser abiertos, acoger a todo el mundo y repartir caramelos, en un fenómeno que en pocos lugares se da salvo la Región de Murcia. El Viernes de Dolores asistí al desfile procesional de cuatro hermandades en el Rincón de Seca y tengo que decir que aquello me emocionó: los tronos, la música, la gente. Volveré a verla siempre que pueda. Una agradable sorpresa.

La lluvia. Luego, el Domingo de Ramos y como es prescriptivo en mi familia, pude procesionar desde San Pedro, en la del Cristo de la Esperanza. Nos llovió, pero llegué casi hasta Santo Domingo, ya habíamos pasado más de la mitad del desfile y disfrutamos mucho, pero la lluvia arreció y nos tuvimos que volver. Afortunadamente no hubo ninguna desgracia y todo salió bien, pero me emocionó ver cómo muchos y muchos espectadores, guareciéndose de la lluvia, esperaron a que pasáramos como señal de respeto, con pena y aplaudiéndonos con cariño, porque los murcianos de procesiones saben y eran conscientes de lo difícil del momento. Fue muy bonito.

El silencio. Y por si todas estas emociones fueran pocas me quedaba lo mejor para el final. A mí me gusta mucho mi procesión, la de San Pedro, pero creo que una de las más bonitas es la del Cristo del Perdón, que este año no pudo salir de San Antolín, aunque si hay otra que me parece bonita, bonita, es la del Silencio, en Jueves Santo. Una procesión tan diferente a lo que hacemos en Murcia y que hace enmudecer a la capital con las luces apagadas y su solemnidad. Pero esa noche no me quedé en Murcia, no. Fui a Santiago el Mayor, a ver al Cristo de la Salud porque me invitó mi amiga la pedánea Pilar Balsalobre. Lo que me habían contado de esa procesión era verdad. Deben ir a verla, háganme caso.

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Me encontré con una procesión del silencio, magnífica, sobrecogedora, en la que desfilaban huertanos y huertanas en riguroso silencio, con el delantal negro ellas y con la elegantísima mantilla de cintón sobre la cabeza. El Cristo de la Salud era portado por huertanos, todos cubriendo de negro los zaragüeles con los zahones, sobrios, elegantes. No se escuchaba un sonido, todo era silencio y no había siquiera tambores, porque el desfile no se mueve por el característico toque de tambor lento de una procesión del silencio, no, en medio de ese silencio sepulcral, el ritmo del desfile lo lleva una huertana guapa que, delante del trono, hace el toque lento de tambor pero con unas postizas. Ya está, nada más. Y resulta impresionante. La Cofradía del Santísimo Cristo de la Salud se fundó en el año 93 y está impulsada principalmente por gente de la peña huertana la Breva, por eso, al acabar el desfile, en el local de dicha peña se comen monas con chocolate. El broche perfecto para una noche perfecta. Si el año que viene pueden no se la pierdan. Verán como todo lo que he contado es cierto y en directo, aún más.

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