Ya he hablado en muchas ocasiones en esta misma columna de la desesperanzadora sensación de orfandad que sufrimos una inmensa mayoría de ciudadanos de este país, los que estamos entre el 4 y el 6 y que no pertenecemos ni al PSOE ni al PP ... y que igual podríamos votar a un partido socialdemócrata con sentido de Estado o una derecha social a lo Merkel, preocupada por el medio ambiente y la sanidad y educación públicas. Se hace insoportable ver cómo los dos partidos mayoritarios son incapaces de llegar a acuerdos entre sí y se echan en brazos de partidos que son minoritarios, supradimensionando así su influencia en una sociedad que, en su mayoría, no les vota.

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Huérfanos. El otro día fui al Orgullo, en la plaza de Belluga. Fue una concentración, como siempre, festiva y más reivindicativa que nunca porque el hecho de que la ultraderecha llame a la puerta es malo para todos, pero especialmente para el colectivo LGTBI, las mujeres, los inmigrantes, los menores no acompañados, los niños y niñas con necesidades educativas especiales y los dependientes, colectivos a los que los ultras odian especialmente. He escuchado muchos pregones y he pronunciado algunos, y nunca escuché ninguno tan bueno como el que hizo Álex Guirado: divertido, ingenioso, apoyándose en la traductora de signos para lanzar algunos dardos buenísimos, emotivo, reivindicativo y valiente. A lo largo de las intervenciones, en el manifiesto, se hizo patente que el colectivo hacía referencias al voto como herramienta para que «los de siempre» no vuelvan y nos metan otra vez en la caverna en la que vivimos durante los «40 años de paz» del Caudillo. Pero sentí tristeza, he de decirlo. Porque el colectivo LGTBI, igual que yo y que los ciudadanos que no sabemos ya qué coño votar, estamos huérfanos.

Vaya dos. De un lado, el PP que no sabe o no quiere entender que debe construir puentes con el colectivo LGTBI que es muy importante y al que debería acercarse. Álex Guirado recordó, y tiene toda la razón, que hace apenas unos años un delegado del Gobierno de ese partido permitió, el mismo día del Orgullo, una concentración neonazi a cuatro pasos de donde se celebraba el desfile festivo que caracteriza ese día en Murcia. Y pasó lo que pasó. De otra parte, nos encontramos con una izquierda, la murciana, que no sabe llegar al ciudadano y que mantiene exactamente a los mismos cuadros durante 30 años. En lugar de meter gente nueva, con iniciativa y que gane votos, ahí siguen perdiendo elección tras elección y dejando el campo abierto a la derecha que ya les gana por un 70/30. Y veo una orfandad que me produce tristeza, de un lado el PP que puede y no quiere y de otro la izquierda que quiere y no puede. Y así nos va.

Miopes. Y es de una miopía moral y política insultante que a PP y PSOE ni se les pase por la cabeza pactar para evitar que entren los ultras como se hace en Alemania. Cuánto tienen que aprender de la CDU y el SPD y qué poco aprenden. Porque hay que evitar que entren en las instituciones aquellos que odian a los que no piensan como ellos, a los que tienen otras sensibilidades políticas, a los inmigrantes, a los que no son españoles, tienen otras creencias religiosas u otra tendencia sexual. Un partido así no tiene cabida en un país de la UE. En Italia ya ha habido retrocesos en cuanto a los derechos de la comunidad LGTBI por parte de esa fascista que es Meloni. Aquí, para que no se produzcan solo podemos ya esperar que López Miras se mantenga firme. Sería fácil que PP y PSOE se pusieran de acuerdo sobre lo de la lista más votada y se frenara a los extremistas de uno y otro lado como se hace en países civilizados, pero no lo hacen. Se han convertido en agencias de colocación y viven y negocian más pensando en 'cómo pillo un sueldecico pa estos 4 años' que en el bien común o en la política a largo plazo. Así se entienden negociaciones como las de José Ángel Alfonso, en Molina, que reconoce haber «dado más consejerías a Vox de las que me pidieron». ¿Su primera medida? Subirse el sueldo. Si Feijóo busca la mayoría absoluta, desde lo de Valencia, va con el pie cambiado. Hasta los comunicadores de derecha dicen que no controla el partido. O da un golpe de timón o está perdido.

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