Cuando, como el que suscribe, te dedicas a la novela policíaca, tienes que leer mucho sobre el mundo del crimen y del delito. Y podemos decir que hay de todo. Pero siempre he sentido una suerte de admiración por un tipo de delincuente que no ... usa la violencia sino aquello que nos separa de nuestros primos los monos, la corteza cerebral. Me refiero a esos fulanos que sin usar la violencia física y, valiéndose en ocasiones de la codicia de los demás, te soplan la pasta magistralmente, y me refiero a los timadores. ¡Qué tíos! Dentro de la taxonomía del timador hay un grupúsculo que, a pesar de su brillantez, yo desprecio, y me refiero a aquellos vivales que montan sectas, pero de esos hablaremos otro día porque quiero centrarme en esos 'fenómenos' que, de haberse dedicado a profesiones creativas relacionadas con el arte, habrían triunfado.

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El ladrón, su esposa y la canoa. Es una serie basada en un hecho real que cuenta la historia de un timador de poca monta, John Darwin, que simuló su propia muerte para cobrar varios seguros porque el pájaro estaba en bancarrota. Les recomiendo su visionado porque me parece una joya del género negro a caballo entre lo policíaco, la comedia más ácida y al final, el melodrama, pero del bueno. Monica Dolan, la actriz que hace de esposa de este 'figura', lo borda y refleja a la perfección esa situación de muchas mujeres que, sin poder decir que han sido maltratadas físicamente, han sido arrastradas al desastre por un marido o un compañero manipulador, egoísta y despiadado, que debería salir en los manuales sobre psicopatía. La verdadera Anne Darwin logró salir de la cárcel, jubilarse y luchar por reconquistar a sus hijos, tras una peripecia que hizo las delicias de los tabloides más sensacionalistas del Reino Unido.

La versión patria de este suceso la tuvimos aquí, en Murcia. Con el 'resucitado de Abarán'. Un señor que sacó un cuerpo de un nicho, le colocó sus zapatos y su reloj y lo lanzó dentro de su coche por un barranco cerca de Blanca que terminó ardiendo y supuso la certificación de su propia muerte. El susodicho, Quintana de apellido, pescatero de profesión, llevó a cabo un intento de estafa de 7 millones de pesetas del año 82 que resultó malogrado cuando telefoneó a su cuñado desde Las Palmas para pedirle pasta y este, tras el consabido pasmo, se fue directo a la policía. Antes de entrar en prisión, el hombre pidió perdón a la familia del muerto al que había desenterrado.

La Torre Eiffel. Los hay con cara y desparpajo, como Víctor Lustig, el tipo que timó a Al Capone, con un par, pero que pasó a la historia por vender la Torre Eiffel ¡dos veces! Sus víctimas, muertas de vergüenza, ni se atrevían a ir a la Securité. Pero si hay un caradura genial este fue, sin duda, Wilhem Voight, el capitán de Köpenick, un zapatero berlinés, un buscavidas que se había pasado la vida entrando y saliendo de la cárcel y que, un buen día, decidió dar un gran golpe. Hablamos de la Alemania del káiser, año 1906, en una sociedad hipermilitarizada donde pertenecer al ejército te daba prestigio social y la posibilidad de hacer lo que te diera la gana. El bueno de Wilhem lo entendió a la perfección y se compró un uniforme de segunda mano de capitán del ejército alemán. Comprobó que allí donde iba le cedían el paso, le invitaban a cerveza y le trataban con admiración.

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El golpe. Así que un buen día se cruzó con un pelotón de soldados que volvían a su cuartel y, tras ponerlos firmes, se los llevó con él. Fue al pueblo de Köpenick, los invitó en una cervecería y se fue a correos donde ordenó que no se despachara ni un solo telegrama con Berlín. A continuación, cogió a los soldados, tomó el ayuntamiento, intervino la caja y tras detener al alcalde, mandó llevarlo a Berlín acusado de malversación y escoltado por la tropa. No le rechistó ni Dios. Cuando llegaron a Berlín el acalde, su mujer y la tropa comprobaron que allí no los esperaba nadie y que no había orden de detención alguna. Wilhem Voight se había bajado del tren con 4.000 marcos, unos 20.000 euros de hoy día. Al final, fíjense, fue capturado y castigado a 4 años de cárcel, pero el mismo káiser Guillermo lo indultó y sólo cumplió 2. Un fenómeno.

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